Esta
hermosa
Tierra

Fotografías de Daisaku Ikeda

Estocolmo, Suecia (Junio, 1989)

Estocolmo, Suecia (Junio, 1989)

Ciudad sobre el agua

Era la estación de las noches blancas en Estocolmo, con casi veinte horas de luz diurna cada día. El cielo brillante a menudo era engañoso. Antes de que nos diéramos cuenta, ya eran las nueve o diez de la noche. La luz del cielo septentrional, con su pura claridad, envolvía a la ciudad y a su gente.

En el parque, los bañistas aprovechaban cada minuto del breve verano fugitivo; un padre paseaba con su pequeño. En un estrecho callejón de la Ciudad Vieja, unos ancianos estaban sentados alrededor de una mesa charlando y riendo. Todos en la ciudad parecían disfrutar de vivir cada uno a su ritmo.

En junio de 1989, me trasladé en avión desde Inglaterra hacia Suecia. La capital, Estocolmo, a menudo recibe los apelativos de “Venecia del norte” y “Ciudad que flota en el agua”. Está construida sobre catorce islas unidas por puentes. Los canales corren por toda la ciudad, y uno puede observar puertos y esclusas aun en pleno centro. El agua es tan transparente, que se puede nadar y pescar en medio de la ciudad. Los bosques y lagos la rodean, y se respira el aroma de los pinos.

Durante mi estadía en Estocolmo, realicé una visita de cortesía a Sus Majestades el rey Carlos XVI Gustavo y la reina Silvia, en el Palacio Real. Son una pareja encantadora que envuelve a la gente con su amistad. El Rey participa activamente en tareas de protección ambiental, y la Reina trabaja arduamente en favor de personas discapacitadas. La reina Silvia se desempeñó como anfitriona principal del Comité Organizador de las Olimpíadas de Múnich en 1972, durante las que conoció a su esposo, que era entonces príncipe heredero. Cuando se anunció su compromiso, se convirtieron internacionalmente en la “Pareja olímpica”. Durante nuestro encuentro, la Reina habló de sus primeras impresiones sobre Suecia. Cuando llegó a ese país, llamó su atención el gran número de personas discapacitadas que se veía en la ciudad. Luego comprendió que no había más personas con discapacidades en Suecia, sino que muchas estaban integradas en la sociedad sueca y disfrutaban de una vida pública activa, gracias a servicios diseñados especialmente para facilitar el acceso a lugares públicos, como cines, baños y otros locales.

Esa labor, a la que se denomina a menudo el principio de normalización, partió de la idea de que todas las personas, cualquiera fuese su condición, tiene el derecho a vivir una vida normal entre sus congéneres. A partir de esa filosofía, Suecia viene luchando para ayudar a los ancianos y a las personas con dificultades físicas y mentales a vivir bien y en armonía con los demás.

Todo ser humano tiene obstáculos de una o de otra naturaleza. No se puede culpar a nadie por su discapacidad ni considerar ese problema algo de qué avergonzarse. Los suecos posan una mirada magnánima sobre la humanidad y siempre tratan de mejorar su medio social mientras indagan sobre la mejor manera de hacerlo. Los intrépidos vikingos solían navegar por mares inexplorados. Es natural que sus descendientes, hayan liderado la marcha del progreso humano absteniéndose de hacer la guerra durante casi dos siglos.

Una conocida leyenda japonesa cuenta de una doncella celestial a la que, mientras se bañaba en el mar, le roban su traje de plumas. Aunque se ve obligada a desposar al hombre que le había arrebatado su atuendo, finalmente ella reclama su traje emplumado y regresa a su morada celestial.

Hay un relato similar sobre los orígenes de Estocolmo:

Una vez, un pescador que estaba pescando en la playa tuvo tanta suerte con lo que atrapó, que olvidó volver a casa. Cuando salió una Luna espléndida en el cielo nocturno, el hombre se dio cuenta de que una multitud de pequeños puntos negros se movían en la marea. Era una manada de focas. Momentos después, las focas llegaron a la orilla y se transformaron en jóvenes doncellas de increíble belleza, las legendarias ninfas del mar.

Mientras las jóvenes danzaban alegremente, el pescador escondió una de las pieles de foca que encontró cerca. Cuando llegó la hora de regresar al agua, una de las doncellas no pudo encontrar su piel y comenzó a llorar en lamentos. El pescador la atrapó y la llevó a su choza, donde tanto él como su madre la trataron con mucha gentileza. Ella pareció sentirse feliz con ambos y, finalmente, aceptó casarse con el pescador.

Camino a la boda, el bote del hombre llegó cerca del islote adonde había conocido a su prometida. Este no pudo evitar sonreír y, acto seguido, le admitió a la muchacha que le había robado la piel de foca. “No entiendo qué quieres decir”, replicó ella. Fingiendo que había olvidado todo acerca de la piel que le habían sustraído, siguió diciendo: “Debes de haber tenido una pesadilla anoche”.

Ansioso de demostrar la veracidad de su historia, el pescador desembarcó y trajo la piel que había escondido bajo una roca. En cuanto la joven posó sus ojos en la piel, la tomó y la pasó por su cabeza. Luego se zambulló en el mar y nadó alejándose rápidamente. El pescador se precipitó detrás de ella, pero no pudo alcanzarla.

Cuando comprendió que no podría detenerla, en su dolor y frustración tomó su arpón y lo arrojó al agua. Su puntería fue mejor de lo que habría esperado, porque la pobre ninfa lanzó un grito penetrante y desapareció en las profundidades.

El pescador se quedó en la playa con la esperanza de verla surgir nuevamente. Vio cómo el agua que lo rodeaba, ahora teñida de la sangre de la doncella, adquiría un brillo suave. A medida que el agua carmesí tocaba la costa, comenzaron a surgir flores que esparcieron ampliamente su fragancia. Desde entonces, todos los que veían esas costas se sentían atraídos hacia ese lugar, que con el tiempo, se convirtió en la ciudad de Estocolmo.

Selma Lagerloef cuenta esa leyenda en su libro La saga de Nils Holgersson. Aunque una enfermedad le había dejado una cojera parcial, Lagerloef se remontó muy alto con sus alas literarias. Una vez escribió: “Desear simplemente ver cosas bonitas no era el verdadero anhelo de que llegue la primavera. Uno debería tomar y besar la primera brizna de hierba que asoma por encima de la nieve. Uno debería levantar la primera ortiga y dejar que quemara la piel, porque entonces la primavera habría llegado”.

El invierno en el norte de Europa es largo y severo. A través de esa estación, sin embargo, la gente cultivó una voluntad indomable de esperar la primavera y abrazarla plenamente. Ellos saben que pueden lograr cualquier cosa siempre que lo intenten, que poseen la fuerza de cambiar su vida y también, la sociedad. Rechazan cualquier expresión que atribuya lo que sucede al destino o sugiera que no es posible hacer nada.

Estocolmo en junio estaba en plena floración de lilas. Incontables racimos de flores púrpura se destacaban suavemente bajo el cielo turquesa, e innumerables hojas de lilas, con forma de corazón, parecían envolver esta capital septentrional con su calidez y vitalidad.

[Ensayo escrito por Daisaku Ikeda. Publicado en la serie “Esta hermosa tierra”, en el diario Seikyo Shimbun del Japón, el 27 de junio de 1999.]