Esta
hermosa
Tierra

Fotografías de Daisaku Ikeda

Guilin, China (Abril, 1980)

Guilin, China (Abril, 1980)

Las cimas de Guilin

El barco se desliza corriente abajo en medio de un nebuloso paisaje gris, que se asemeja a una pintura china realizada en tinta. Sobre ambas orillas del río, como si alguien hubiese desplegado el pergamino de esa pintura, aparecieron en sucesión una serie de misteriosas formaciones rocosas. Una antigua leyenda china cuenta de un hombre que, mientras está pintando, desaparece dentro su propio paisaje. Imaginé que yo era ese hombre, a medida que navegábamos río abajo en Guilin.

Las altas cimas, puntiagudas como pinceles, las rocas que parecían sables o flores de malva, y Longtou-shan, la ‘Montaña Cabeza de Dragón’, con sus dos picos con forma de asta, desplegaban un panorama de miríadas de montañas que se elevaban con gracia y esplendor.

Caía una llovizna primaveral. Nuestro guía dijo: “Guilin es más hermoso en la bruma y bajo la lluvia”. Las montañas se desdibujaban contra el cielo neblinoso, y el verdor de la vegetación parecía suspendido en el aire. La belleza de esas montañas y ríos transmitía el espíritu de la naturaleza. La Tierra, maestro pintor de ese magnífico escenario, con su divino pincel desprovisto de artificios, limpiaba la visión interior del observador y transportaba su alma en un vuelo por la vastedad del firmamento.

Era el 26 de abril de 1980. Mi quinta visita a la China estaba casi a punto de terminar. Condujimos desde la ciudad de Guilin hacia un pueblo llamado Yangti y luego caminamos un trecho por un angosto camino a través de un bosque de bambú, hacia un embarcadero sobre la orilla del río Li.

Cuando estábamos allí, unos niños se acercaron a nosotros. Dos pequeñas estaban vendiendo hierbas medicinales y llevaban la mercadería suspendida de dos varas que se balanceaban sobre sus hombros. Nos dijeron: “Tenemos toda clase de medicinas. Elijan las que quieran”.

Seguramente estaban contribuyendo con el trabajo de su familia. Llevaban el cabello trenzado, y sus ojos brillaban con serenidad. Me señalé la frente y dije con una sonrisa: “¿Tienes algo que me haga más inteligente?”.

Con una sonrisa serena, una de las niñas respondió: “Acabamos de vender lo último que teníamos”. Todos prorrumpimos en una franca carcajada. Impresionado por la ingeniosa respuesta, dije: “Eso es lamentable para mí y para mis compañeros de viaje”. Luego mi esposa y yo compramos muchas de sus hierbas a modo de recuerdo. Me pregunto qué estarán haciendo ahora esas niñas tan despiertas.

Nuestro barco se deslizaba por la exquisita superficie verde jade del río Li. Alguien le cantó una vez a ese espléndido panorama: “Fluye el río, cual faja de seda verde y azul; las montañas crean cuentas de jade que adornan un tocado”. Los picos se veían como hileras de biombos pintados. Allende los bosques, voló un pájaro, seguido de otros dos. Las puntas de las alas de una golondrina rasgaron el aire justo sobre la superficie del agua.

En contraste con la poesía del verde paisaje, una tensa situación se seguía manteniendo en el extranjero. En esa época, las hostilidades entre la China y la Unión Soviética iban en aumento. La agresión soviética contra Afganistán ocurrida casi a fines del año anterior había intensificado la postura crítica de la China.

Algunos miembros de la delegación china no estaban a favor de mis visitas a ambas naciones, destinadas a promover la amistad bilateral. Me dijeron que, si bien yo estaba construyendo un puente de amistad entre la China y el Japón, si seguía viajando a la Unión Soviética, las relaciones entre la nación nipona y la china comenzarían a considerarse falsas. Me pidieron que no viajara más a la Unión Soviética.

Aunque agradecí su franca opinión, no pude estar de acuerdo. Les dije: “Comprendo sus sentimientos. La época, sin embargo, está cambiando a toda prisa. Antes del siglo XXI, debemos ver que la humanidad se encamine hacia la paz. Este no es un momento para que las naciones poderosas se empecinen en su mutua enemistad y odio. Por el contrario, es imprescindible hacer surgir lo mejor de cada una, con el propósito de crear la armonía y brindar apoyo recíproco para construir una nueva era. Ese es el enfoque humanístico más crucial y necesario”.

Sin embargo, nos costaba avanzar sobre el tema. Los delegados chinos insistían con la misma pregunta: “¿Qué es más importante, la China o la Unión Soviética?”.

Mientras, el magnífico paisaje que disfrutábamos de la ventana cambiaba impredeciblemente. Si hubiera alejado la mirada, una escena completamente distinta habría aparecido ante mí unos minutos después. Del mismo modo, el curso de la historia no puede ser juzgado solo por lo que está ante nuestros ojos en el momento.

La corriente fluvial corre incansable alrededor de numerosas curvas, y se funde con el río Gui; este, a su vez, se une al poderoso Zhu antes de volcarse en el Mar Meridional de China. Nadie puede detener el fluir del tiempo; este sigue avanzando hacia el océano de la humanidad, donde todos los pueblos están unidos.

Seguí hablando fervorosamente: “Amo la China. La China es sumamente importante. Pero, al mismo tiempo, amo a la humanidad. Es esencial pensar en la humanidad como un todo. Los dirigentes soviéticos me dieron su palabra de que jamás atacarían la China, y yo transmití ese mensaje a los dirigentes chinos. Mi único deseo es que se logre la amistad entre ambos países. Espero sinceramente que algún día comprendan mi pensamiento y mi modo de sentir”.

Menos de diez años después, el conflicto entre la China y la Unión Soviética llegó a su fin. Esta última ya no existe. La corriente de la historia parece cambiarlo todo. Lo que permanece constante, sin embargo, es la fuerza y la vitalidad de la gente que vive con fe en el mañana.

Más allá de las riberas del río se desplegaba ahora una escena rústica, pastoral. Me había informado que era la época de la plantación de arroz. Algunas personas lavaban ropa a la vera del río, mientras otras lavaban verduras. Vi ovejas y búfalos de agua. Un pescador y su bandada de aves pescadoras reposaban sobre el agua.

Cuando el barco continuaba su camino corriente abajo, a través del pintoresco panorama, cesó de llover de un momento a otro. El agua de lluvia primaveral se convirtió en vagas nubes que envolvieron las cumbres montañosas. Cuando llegamos al pueblo de Yangshuo, destino de nuestro viaje por el río, el sol apareció entre las nubes. Las aguas comenzaron a destellar con tonos verde pálido, reflejando la imagen invertida de las montañas. El bote se deslizó suavemente de una cresta a la otra sobre el agua verde jade.

Viajar por el río Li es maravilloso tanto bajo el sol como en medio de la bruma o la niebla. Un palacio sumergido de tiempos prehistóricos se asomaba a la superficie para formar el macizo montañoso de Guilin. Comparado con el eterno fluir del tiempo, incluso mil años pasan tan velozmente como un caballo al galope.

Contra las corrientes de tiempos inmemoriales, un bote navegaba río arriba hacia la ciudad de Guilin; su imagen era una encantadora representación del pueblo de la China, que vive cada momento precioso con todo su potencial. Con una oración por la inmensa felicidad de mis amigos de la China, accioné el disparador de mi cámara.

[Ensayo escrito por Daisaku Ikeda. Publicado en la serie “Esta hermosa tierra”, en el diario Seikyo Shimbun del Japón, el 20 de junio de 1999.]