Esta
hermosa
Tierra

Fotografías de Daisaku Ikeda

Florencia, Italia (Mayo, 1994)

Florencia, Italia (Mayo, 1994)

Resplandor de Florencia

Florencia, ciudad del florecimiento, se bañaba en la luz del sol. Ese día, el panorama desde la Plaza de Miguel Ángel era como una célebre obra de arte que trascendía los tiempos. La ciudad es en sí misma un museo de arte. Muros de piedra y tejados rojizos se erguían ante colinas bellamente redondeadas. Según el ángulo de la luz solar, la ciudad desplegaba una sutil paleta de colores, que iba desde el dorado hasta el lavanda. El paisaje actual de Florencia no es diferente de lo que era hace quinientos años, durante el apogeo del Renacimiento.

Cuando uno camina por sus calles, siente que podrían surgir de las sombras Dante, el poeta de la Divina comedia; Leonardo Da Vinci, el genio de las múltiples virtudes; o Miguel Ángel, el maestro de arte.

El Renacimiento fue la juventud de Europa. Fue un período que abarcó todo el esplendor y la tristeza de la juventud. Y el centro del Renacimiento fue Florencia, la ciudad de la juventud.

Al referirse a Italia, el escritor alemán Johann W. Goethe expresó con admiración: “¿Conoces tú la tierra del limonero en flor?/ En oscuro follaje resplandece la naranja de oro”.

Los genios, conocidos o no, compitieron entre ellos en esta ciudad libre, bañada por el sol. Y en esta misma ciudad, cuyo escudo de armas es el orgulloso lirio, florecieron jardines de artística belleza.

Visité la Plaza de Miguel Ángel en mayo de 1994. Fue el día después de mi arribo a Italia, país de la luz, desde Alemania, la tierra de Goethe; vine a visitar esa verde colina de la que guardaba preciados recuerdos. Era mi tercera visita al lugar, desde la primera, en 1981, y la segunda, en 1992.

En 1981, solo había unos pocos miembros jóvenes en la SGI de Italia, pero ahora, las filas se han incrementado unas cincuenta veces. Las brillantes sonrisas juveniles, como flores de todos los colores y formas, brillaban con su individualidad única. ¡Joven Italia! Me sentí feliz por ser testigo de su ímpetu para crear un segundo Renacimiento, con la meta de brindar una nueva primavera a la humanidad.

“Renacimiento” significa “volver a la vida”. Implica el florecimiento del dinamismo innato de la vida, que asegura que “el invierno siempre se convertirá en primavera”. Antes de la era primaveral de Italia, hubo en el país una sucesión de guerras y de conflictos, y tanto la economía como el gobierno enfrentaron una crisis tras otra. Millones de personas murieron a causa de las plagas. Prevaleció por entonces un escenario de desesperación y de muerte. Pero, en medio de la oscuridad, la gente comenzó a buscar en los textos antiguos una chispa de esperanza, y se preguntó cuál era el propósito de la existencia. Fue esa búsqueda de una respuesta lo que llevó al renacimiento del arte y de la literatura.

Finalmente, las personas se regocijaron al cobrar conciencia de que cada ser humano constituía una miniatura del cosmos. El universo era en sí mismo un incansable creador; los seres humanos, del mismo modo, estaban destinados a expandir sin límites su capacidad. No existía nada que no pudieran llevar a cabo, si lo deseaban. Fue a partir de ese despertar cuando la primavera comenzó a llegar una y otra vez.

La célebre obra de Sandro Botticelli “La primavera” (La alegoría de la Primavera) ilustra a la diosa romana Flora, deidad de la floración de las plantas y símbolo de Florencia, que lleva una corona de flores y una guirnalda alrededor del cuello. Las flores más bellas adornan todo su cuerpo. Y el verde escenario donde ella se encuentra está, asimismo, pletórico de flores.

Rosas, fresas silvestres, margaritas de los prados, clavelinas, violetas, nomeolvides, acianos, anémonas, jacintos, dientes de león… Se dice que en la pintura figuran una quinientas variedades de flores que crecen en los campos de Florencia. “¡Cada una de nosotras hará florecer plenamente su potencial!”.

El hombre del Renacimiento no era un artista distante y poco dedicado, sino un artesano comprometido. Siempre estaba dispuesto a arremangarse y entregarse a la labor. La ciudad de Florencia palpitaba con el espíritu enérgico de “¡haremos lo que sea necesario!”. Y de las aguas lodosas de la difícil lucha, surgieron las flores.

Si uno se acerca a los extremos de la Plaza de Miguel Ángel, puede asomarse al río Arno. Sus aguas de color esmeralda fluyen tranquilas, reflejando el cielo eterno.

El arte vive perdura. El poder tiene escasa vida. El río del tiempo se ha llevado consigo las complejas intrigas y las conspiraciones maliciosas del pasado, y solo la cultura, en que la gente ha puesto su corazón y su alma, permanece sin declinar, inmortal. Una juventud en la que uno ha depositado su corazón y su alma jamás se marchita. Florencia es dueña de esa juventud imperecedera.

[Ensayo escrito por Daisaku Ikeda. Publicado en la serie “Esta hermosa tierra”, en el diario Seikyo Shimbun del Japón, el 7 de febrero de 1999.]