Esta
hermosa
Tierra

Fotografías de Daisaku Ikeda

Estambul, Turquía (Junio 1992)

Estambul, Turquía (Junio 1992)

El estrecho de Estambul

“¡Allí, en la otra orilla está Asia!”, dijo mi esposa, señalando más allá del agua. Estábamos parados en el borde de Europa. Eso era Estambul, una ciudad que se expandía a ambos lados del estrecho del Bósforo. Encontrarme allí, a la orilla del lugar que divide dos continentes, me recordó vívidamente la realidad de “un solo mundo”. En esta ciudad, viajeros de Europa pueden captar el primer aroma exótico de Asia.

Vine a Estambul en junio de 1992. Habían pasado ya treinta años desde mi última visita. Llegué desde El Cairo, en un vuelo que duró un poco más de dos horas. “Flores de fuego” de rojo vivo decoraban las calles de El Cairo, pero en el aeropuerto de Estambul, nos dieron la bienvenida tulipanes de tonalidades más frescas. Al adentrarme en las calles de la ciudad, comprobé que la atmósfera que recordaba con tanto afecto desde hacía tres décadas no había cambiado; una arquitectura bizantina magnífica; obeliscos alzándose hacia el cielo azul; los minaretes de las mezquitas; las siete suaves colinas de la ciudad que daba su cara al mar; la belleza de las caligrafías árabes, cada una, una obra maestra en sí; los murales de mosaicos y arabescos. Cada escena era como una pintura. El aire estaba henchido del aroma de las especias y del café, el olor del carnero asado, el bullicio de los bazares.

Había muchos más automóviles y edificios altos que la última vez. De pronto, distinguí un grupo de personas que caminaban con enormes paquetes sobre las espaldas; me dijeron que eran compradores del vecino país de Bulgaria. Después de la revolución de 1989 en Europa del este y de la disolución de la Unión Soviética en 1991, el flujo de personas que entraban y salían de Estambul aumentó dramáticamente. Venían de Europa a vender su mercadería o a comprarla en Turquía para revenderla en sus países. La gente tiene gran fortaleza. Para quienes deben luchar cada día en pos del sustento, las fronteras entre naciones impuestas por la autoridad política son simplemente una mera incomodidad.

Llegué a mi habitación, desde la que se podía ver el Bósforo. El estrecho mide entre uno y dos kilómetros y medio de ancho. Es lo suficientemente angosto para atravesarlo a nado. Existe un antiguo relato por estas regiones acerca de un joven que ansiaba de tal manera ver a su enamorada que vivía en la orilla opuesta, que cada noche nadaba a través del río para verla y luego retornaba. Donde hay la pasión, la distancia no es obstáculo. No hay lugar demasiado lejano. Si eso es cierto, ¿cuán ancho puede ser en realidad el “estrecho” que separa entre sí países y razas?

El edificio en primer plano que mira hacia el estrecho es el Palacio de Dolma Bagtcheh, que sirvió de residencia al emperador otomano. Después de la Revolución Turca, Mustafa Kemal Ataturk, el primer presidente de la nueva república, mudó la capital a Ankara. Pero cada vez que venía a Estambul, se hospedaba en el palacio. Fue en una habitación del edificio donde murió, el 10 de noviembre de 1938, a los cincuenta y siete años. Desde entonces, las manecillas de todos los relojes del palacio marcan las 9:05 de la mañana, hora del fallecimiento del primer mandatario.

El presidente Ataturk dijo una vez: “Valoren a los viejo amigos y hagan nuevas amistades”. Eso expresa un sincero deseo del padre de la república, su anhelo de que su país, rodeado de muchas naciones, disfrutara de relaciones pacíficas. Él era perfectamente consciente de los peligros de aislarse de la política internacional. Japón, que él consideraba un modelo de modernización, hasta hoy responde a la descripción de un “país sin amigos cercanos”, lo que implica una condición peligrosa.

En el Gran Bazar, filas interminables de tiendas forman un verdadero laberinto de gente que realiza compras. Estambul, justamente, ha atravesado un laberinto de varios miles de años de historia. En otro tiempo parte del mundo griego, que era entonces el núcleo de la cristiandad, hoy Estambul es un centro del islam. Esa historia ha creado una infinidad de facetas que resulta fascinante. Miles de sombras de crueldad y de gloria; miles de rostros plenos de amor y de miedo; los pensamientos e ideas de incontables vidas penetran cada rincón de la ciudad, como la fragancia del almizcle. Los más diversos grupos de gente transitan por las calles: árabes y griegos; asiáticos orientales; rusos, europeos orientales; gente con el cabello negro como el ébano, rojo como el poniente y rubio como filamentos de oro puro. Esta ciudad es el mundo.

¿Qué es la raza? El profesor de la Universidad de Harvard, Nur Yalman, oriundo de Turquía, dijo que el conflicto racial nos es un problema entre razas, sino un problema entre los que ocupan el poder. Los poderosos tienden a avivar las llamas de la enemistad hacia otras etnias para ganar respaldo para ellos y sus propósitos. ¿Hacia donde se dirige la corriente de la historia?

Bajo la superficie de las aguas del Bósforo, fluye una corriente más profunda. El agua de la superficie corre hacia el sur desde el Mar Negro hacia el Mar de Mármara a una velocidad de cuatro y cinco kilómetros y medio por hora. Pero por debajo, a casi cuarenta metros de profundidad, fluye una corriente más suave exactamente en la dirección opuesta.

En el tumulto del fin de siglo, tal vez los pasos para conformar una familia global no se han completado. La ansiedad ante la nueva era ha dado origen a una tendencia a la regresión y a hallar refugio en esa vieja conciencia tribal llamada nacionalismo. Se está presenciando en Japón una propensión particularmente peligrosa en ese sentido. Sin embargo, por debajo de esa corriente de la época, hay otra opuesta, cuyo fluir es mucho más suave.

La noche de nuestra llegada, fuimos invitados a asistir al Festival Internacional de Arte de Estambul. La ejecución de la Novena Sinfonía de Beethoven marcó la apertura del evento. “¡Abrázate, humanidad!”. ¡Qué melodía más apropiada para esta ciudad! Luego, salimos a contemplar los fuegos artificiales. Resplandecientes ramilletes de rosas estallaban una y otra vez en el cielo nocturno de Estambul.

[Ensayo escrito por Daisaku Ikeda. Publicado en la serie “Esta hermosa tierra”, en el diario Seikyo Shimbun del Japón, el 19 de abril de 1999.]