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Humanizar la religión para crear paz (2008)

Propuesta de paz 2008 (versión abreviada)

Ver versión completa (PDF)

El optimismo generalizado que cundió al finalizar la Guerra Fría y la esperanza de instaurar un nuevo orden en el mundo se desvanecieron rápidamente para dar lugar a una opresiva sensación de desorden global. Aunque se está trabajando arduamente para encontrar un nuevo orden mundial más incluyente, eso no es suficiente; tales esfuerzos deben sustentarse en una labor constante e incansable destinada a mantener y a incrementar la libertad y la democracia. Sin embargo, nos encontramos hoy ante una obstrucción que podría denominarse “inclinación hacia el fundamentalismo” y que se manifiesta en la forma de etnocentrismo, chauvinismo y racismo, como también en la adherencia dogmática a diversas ideologías –incluso las que impone el mercado— y al fundamentalismo religioso.

Devolverles a las personas y a la humanidad el papel protagónico en el concierto mundial es la clave para confrontar y detener esa desviación hacia el fundamentalismo. Ese desafío, que precisa un esfuerzo espiritual incansable, representa la esencia del humanismo que nuestros tiempos requieren. El humanismo budista se basa en la determinación inamovible de respetar a todos los seres humanos, a partir de la comprensión de que las diferencias tanto sectarias como ideológicas, culturales y étnicas nunca son absolutas. Dichas diferencias, tal como el orden y la organización de la sociedad humana en sí misma, son solo relativas y deben tratarse como conceptos flexibles, fluidos, que se pueden negociar y volver a negociar constantemente.

Es imprescindible que sean las personas las que ocupen un lugar central y no, los principios abstractos. En el ámbito de la religión, eso significa que debemos emprender la labor de “humanizar la religión”. No podemos permitir que ese tema crucial quede pendiente: hacerlo sería permitir que la religión se convirtiera en un factor desencadenante de conflictos y de guerras, e implicaría vulnerar su potencial como fuerza para la construcción de la paz.

¿Fortalecen las religiones al ser humano o, más bien, lo debilitan? ¿Alientan las religiones lo bueno que hay en las personas o lo malo que hay en ellas? ¿La religión torna más sabio al ser humano o todo lo contrario? Tales son las preguntas que debemos plantearle a cualquier religión, si el objetivo es “humanizarlas” plenamente. Al hacer frente a estas cuestiones, debemos asegurarnos de que la religión siempre actúe para elevar y mejorar nuestra condición humana y contribuya a logro de la felicidad y la paz.

El siglo XX, época en que las ideologías alcanzaron la condición de valores absolutos, y toda clase de fanatismos desataron tempestades de guerra y de violencia, es un penoso testimonio de cómo la pequeñez y la fragilidad de los individuos los hace actuar contra todo lo que es humano, con lo cual se frustran nuestros intentos de ser los protagonistas de la creación de la historia.

En lo que a religión respecta, con su trágico legado de fanatismo e intolerancia, nada se hace más vital que fomentar una forma de diálogo que trascienda el dogmatismo y se base en el ejercicio de la razón y del autodominio. Para cualquier religión, abandonar el diálogo es renunciar a su mismísima razón de ser. Si hemos de revelar nuestro auténtico valor como homo loquens, es necesario que recurramos a las cualidades más nobles que podemos manifestar los seres humanos: nuestra benevolencia, fortaleza y sabiduría.

Educación en los derechos humanos

Este año se celebrará el 60º aniversario de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Este documento crucial no solo proclamó una visión de derechos humanos universales, sino que estableció el objetivo de hacer realidad un mundo libre del temor y de la miseria. Con el fin de otorgarle a la ocasión todo su sentido, es vital que los gobiernos y la sociedad civil trabajen juntos para promover activamente programas concretos que pongan la educación en la esfera de los derechos humanos al alcance de todos.

A tales efectos, sería muy positivo realizar una conferencia internacional, organizada por la sociedad civil y dedicada específicamente al tema de la educación en los derechos humanos, con el acento puesto en la sociedad toda y en sus contribuciones.

La preservación de la integridad ecológica del planeta

La integridad ecológica es una cuestión que interesa y aflige a todo el género humano; un tema que trasciende los límites y las prioridades de las naciones. Cualquier solución en esta materia habrá de requerir un fuerte sentido de responsabilidad y de compromiso por parte de todos nosotros, que compartimos un único planeta.

La Organización de las Naciones Unidas conforman el organismo global que puede concentrar esos esfuerzos: las cuestiones ambientales de todo el planeta constituirán una de las principales misiones de las Naciones Unidas en el siglo XXI. Para ello, es necesario reforzar el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente y elevarlo al nivel de agencia especializada autónoma, que le permita ejercer un fuerte liderazgo en la resolución de temas relacionados con el entorno global.

La reducción de las emisiones de gases de invernadero es un área en que la participación de la sociedad global es absolutamente crucial, en especial, en lo que concierne a la creación de un nuevo marco en reemplazo del Protocolo de Kyoto, donde queden incluidos países que actualmente no participan de este. Combatir el cambio climático es una tarea que requiere que los gobiernos se sustraigan a la urgencia de priorizar obligaciones y cargas nacionales menores y, en cambio, dirijan sus fuerzas hacia el logro de objetivos globales más amplios. Específicamente, los grandes emisores de gases de invernadero deben apoyar activamente los esfuerzos de otros países.

Es imperativo que nos concentremos en el proceso de lograr una sociedad con bajo consumo de carbono, que no desperdicie sus recursos. El primer paso hacia ese objetivo debe ser la promoción de energía renovable y de medidas de conservación de los recursos energéticos. El establecimiento anticipado de metas y compromisos permitirá el desarrollo de ideas positivas que pueden tomar luego la forma de innovaciones tecnológicas. Japón, que posee una fructífera experiencia en ese campo, debe desempeñar un papel muy activo en dicha área.

Una cuestión crucial es lograr un mayor compromiso entre las filas del pueblo e impulsar a la gente hacia la acción colectiva. El empoderamiento que se logra a través del aprendizaje pone de manifiesto el potencial ilimitado de los individuos y genera corrientes que pueden transformar el mundo de manera fundamental. El Decenio de la Educación para el Desarrollo Sostenible es un ejemplo de esa fe en el poder del aprendizaje. Con el fin de otorgar a dicho decenio su pleno sentido, es vital que las personas perciban el valor irreemplazable del ecosistema del que forman parte y asuman el compromiso de preservarlo. Se puede generar una mayor conciencia sobre el tema mediante experiencias prácticas, como el proyecto de plantación de árboles denominado Campaña Mil Millones de Árboles. Tenemos que discurrir, sea desde el plano individual, familiar, comunitario o laboral, el modo de generar un futuro sostenible en nuestro entorno inmediato y trabajar juntos para lograrlo.

La Soka Gakkai Internacional (SGI) ha asumido el firme compromiso de esforzarse activa e incansablemente en la creación de una amplia red de actividades en bien de un futuro sostenible, que no necesariamente se restringirá a temas ambientales, sino que abarcará áreas como la batalla contra la pobreza, la protección de los derechos humanos y el establecimiento de la paz, para así dejar sentadas las bases de una lucha en común para resolver los grandes problemas que aquejan a la humanidad.

La creación de una infraestructura para la paz

Tenemos que lograr el mayor consenso popular posible respecto de la ilicitud de las armas nucleares. La proposición de establecer una zona libre de armas nucleares en el Ártico es una respuesta inicial al problema. Pero hay que ir más allá, dado que urge prohibir la actividad militar en la región y crear un régimen legal que la preserve como patrimonio de toda la humanidad.

Las zonas libres de armas nucleares son un escudo protector contra la proliferación nuclear y contribuyen a reforzar constantemente la determinación de erradicar las armas nucleares. Más de la mitad de los gobiernos de la Tierra fueron signatarios de esos tratados, mediante los que dejaron claramente expresa su firme convicción de que el desarrollo y el uso de armas nucleares es ilegal o debería ser declarado ilegal bajo leyes internacionales.

Un enfoque similar podría resultar efectivo en cuanto a la no proliferación nuclear en el nordeste de Asia. Japón tiene que reafirmar su compromiso inquebrantable con su propia política antinuclear y poner en juego sus máximos esfuerzos diplomáticos para impulsar el gran objetivo de establecer una zona libre de armas atómicas que cubra el nordeste asiático.

Algo que reforzaría notablemente los cimientos sobre los que se construye la paz sería el establecimiento de un tratado que prohíba las bombas de dispersión –tal como el que se propuso en el Proceso de Oslo—; el acuerdo se podría firmar y poner en marcha a fines de este año. Si la iniciativa cuenta con el respaldo de la sociedad civil y rinde sus frutos, sin dudas tendrá también un impacto muy concreto y positivo sobre cualquier proyecto en pos del desarme que se emprenda.

El siglo de África

El futuro de África tendrá una influencia decisiva en la creación de una sociedad basada en la dignidad humana. Un Renacimiento Africano será el prefacio de un renacimiento del mundo y de la humanidad. Las naciones africanas, que han rehusado sucumbir, a lo largo de la historia, ante las opresiones del tráfico de esclavos y del colonialismo, luchan para establecer la solidaridad, al tiempo que dan rienda suelta a su potencial y confrontan la dura realidad que tienen en común.

La IV Conferencia Internacional de Tokio sobre el Desarrollo de África (TICAD IV, por sus siglas en inglés) representa una oportunidad para asegurar, mediante medidas concretas, el empoderamiento de los jóvenes. Deseo sugerir que se establezca un Programa Conjunto para los Jóvenes de África como uno de los pilares del TICAD, para contribuir a forjar a la gente joven que jugará un papel clave en la creación de un mejor futuro para el continente.

2008, designado el Año de Intercambios entre Japón y África, ofrece una oportunidad para la creación de una red de jóvenes y para los jóvenes, que promueva los intercambios entre las juventudes africana, japonesa y del resto del globo, y sirva de sólida base para encarar las difíciles circunstancias que imperan no solo en África sino en el resto del mundo.

En última instancia, la clave para la resolución de todo problema está en manos de la juventud. Todos los miembros de la SGI estamos decididos a centrarnos en los jóvenes, a desarrollar su potencial ilimitado, al tiempo que establecemos redes de solidaridad entre los ciudadanos comunes, para alcanzar la solución de los complejos problemas que enfrenta nuestro planeta.

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