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Crear vínculos con las universidades del mundo:
Universidad de Pekín

(De la serie de ensayos «Crear vínculos con las universidades del mundo», publicada en la edición del 19 de noviembre de 2006 del Seikyo Shimbun, diario de la Soka Gakkai.)

Daisaku Ikeda pronuncia una conferencia conmemorativa en la Univeresidad Pekín, el 28 de mayo de 2025.

Pronuncia una conferencia conmemorativa en la Universidad Pekín (Pekín, mayo de 1990)

«La Universidad de Pekín está viva y está en constante desarrollo. Y ante todo aquello que tiene vida y progresa se extiende un futuro promisorio.» Son palabras del gran escritor chino Lu Xun (1881-1936), quien se desempeñó como profesor de esta universidad durante seis años. Lu Xun estaba convencido de que el espíritu de autosuperación que impregna esa casa de estudios conduciría a la China hacia su transformación y progreso.

Establecer puentes de intercambio con universidades extranjeras implica tender lazos de «interacción» con el futuro de un país. Es una manera de unir las esperanzas de los jóvenes de diversas naciones.

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El primer ministro chino Zhou Enlai (1898-1976) visitó la Universidad de Pekín en seis oportunidades. Él sentía gran aprecio por la juventud y por los estudiantes. Recuerdo que cuando nos encontramos me dijo: «Me dirijo con el mayor de los respetos, justamente, porque usted es joven». (Él era treinta años mayor que yo.)

Nuestra reunión se llevó a cabo en Pekín, en una fría noche, durante mi segundo viaje a la China, el 5 de diciembre de 1974. El Premier volcaba toda su pasión en abrir el futuro de su país, mientras luchaba contra una enfermedad terminal y la brutal acción de la Banda de los Cuatro.

“Seis años antes (el 8 de septiembre de 1968), yo había hecho un llamado a la normalización de las relaciones chino-japonesas, plenamente conciente de la controversia que esta propuesta generaría. Elegí una asamblea general de la División de Estudiantes para lanzar el llamado, ya que sabía que la juventud es la fuerza que forja el futuro.

«Presidente Ikeda, usted ha enfatizado en repetidas ocasiones la importancia de promover las relaciones de amistad entre la China y el Japón. Esto me hace muy feliz— me dijo el primer ministro Zhou.» Nadie estaba más al tanto de mis incansables esfuerzos por la paz y la amistad bilateral que el primer ministro Zhou.

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En mi llamada a la normalización de las relaciones bilaterales, en el auditorio de la Universidad Nihon, exhorté a los jóvenes de la China y el Japón a unir esfuerzos para lograr el acercamiento entre ambos países. Dos días antes de mi entrevista con el premier Zhou, había asistido a una ceremonia de donación de libros en la Universidad de Pekín, donde aconsejé a la juventud china: «Cuando ustedes se conviertan en dirigentes de la sociedad, deben crear una era en la que los jóvenes de la China y el Japón puedan trabajar juntos por un mundo mejor».

Luego, me dirigí al Departamento de Lenguas Extranjeras, ubicado cerca de la entrada principal del campus, con la intención de conversar con los alumnos. Unos quince estudiantes del departamento de idioma japonés me estaban esperando. Ellos apenas llevaban ocho meses aprendiendo el idioma, pero decidí hacerles algunas preguntas: «Si ustedes pudiesen viajar al extranjero como estudiantes, ¿qué país escogerían? Por favor contéstenme en japonés».

«Japón, por supuesto», fue la respuesta en un japonés muy fluido. «La China y el Japón están separados tan solo por una estrecha franja de océano. Yo visitaré su país algún día.» Ante tan decidida respuesta, dije: «¡Cuando vengan al Japón, prometo brindarles la más cálida bienvenida!».

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Aquella segunda visita a la China (en diciembre de 1974) fue decidida de manera repentina. Recuerdo que la invitación formal de la Universidad de Pekín enviada a través de la Embajada llegó a mis manos cuando ya habíamos comenzado el mes de noviembre. Los cinco mil libros que prometí donar durante mi primera visita en junio habían llegado, y la universidad deseaba que yo asistiese a la ceremonia de presentación de los volúmenes. Era un plan demasiado intempestivo pensando en lo complicado que resultaba preparar un viaje así en aquellos tiempos. Además, el duro invierno de Pekín había comenzado... Muchos de mis colegas se mostraban vacilantes, pero yo decidí de inmediato: «¡Vayamos pues de cara al viento nórdico!».[1]

Durante mi primera visita a la Unión Soviética, en setiembre de 1974, el primer ministro soviético Aleksey Kosygin (1904-80) me aseguró que su país no buscaba aislar o atacar a la China, y yo me había ofrecido para transmitir este pensamiento a los líderes del país vecino. Deseaba comunicar el mensaje al pueblo chino a la brevedad posible. Además, gracias a esta decisión de ir a la China había podido conocer al premier Zhou, de quien recibí la posta en la carrera hacia una amistad perdurable entre nuestros países a través de generaciones. Si yo no hubiese efectuado el viaje en aquel preciso momento, jamás hubiese podido conocer al distinguido dirigente chino.

Seis jóvenes, los primeros alumnos del intercambio estudiantil con la China, llegaron a la Universidad Soka en la primavera de 1975. Los recibí con todo mi corazón, y me ofrecí como garante de cada uno de ellos. Para mí fue como si recibiese al premier Zhou Enlai en persona. Uno de ellos es actualmente embajador. Me siento muy feliz de saber que todos ellos desempeñan importantes cargos en la sociedad.

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La historia de la Universidad de Pekín, fundada hace cien años (en 1898), es en sí la turbulenta trayectoria de la China moderna. La institución desempeñó un papel preponderante en el Movimiento del Cuatro de Mayo (1919) que desencadenó la Revolución china. El filósofo y educador norteamericano John Dewey (1859-1952), quien en aquel entonces era docente de la Universidad de Pekín, declaró, tras observar a los jóvenes activistas, que la China intentaba transformarse desde sus cimientos espirituales, y que eventualmente se convertiría en una nación capaz de hacer grandes contribuciones al mundo.

Dewey elogió al entonces rector Cai Yuanpei (1868-1940) como uno de los más grandes educadores del mundo. El doctor Cai fue contemporáneo del fundador de la educación Soka, el señor Tsunesaburo Makiguchi (1871-1944). El educador chino luchó contra la opresión de los caudillos militares y transformó a la Universidad de Pekín en una institución abierta a todos, que forja a los alumnos impartiéndoles conocimientos y ofreciendo formación humana.

El doctor Cai se oponía a que los alumnos participasen en el Movimiento del Cuatro de Mayo, pues creía que ellos debían concentrarse en sus estudios. Pero cuando un gran número de estudiantes fue arrestado, él se levantó para protegerlos. Se unió a los rectores de otras universidades para reclamar que no se sancionara a los jóvenes, sino a ellos, las autoridades universitarias. Luego de tres días de negociaciones, los alumnos fueron finalmente liberados.

Cuando los estudiantes regresaron al campus, el 7 de mayo, el doctor Cai los estaba esperando con los brazos abiertos. Rodeado por los alumnos que lo vitoreaban, apenas podía contener el llanto. Años después, un estudiante afirmó que ese había sido uno de los momentos más memorables de su vida.

Cuando el doctor Cai cumplió setenta años, ni siquiera contaba con una casa propia. Entonces, sus antiguos alumnos y colegas expresaron el deseo de construirle una, ya que se sentían en deuda con él y querían transmitir sus grandes logros a las futuras generaciones. Por un lado estaba el maestro que había dedicado su vida entera a la educación, y por el otro, sus leales alumnos decididos a mostrar gratitud y aprecio; el sagrado vínculo entre maestro y discípulo palpita orgulloso en la Universidad de Pekín, la gran ciudadela del saber que ha guiado a la China moderna.

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El ferviente deseo de ver concretada la amistad entre el Japón y la China fue un legado que yo tomé de mis mentores —el señor Makiguchi y el señor Toda (1900-1958)—, quienes se opusieron tenazmente al militarismo japonés. El puente dorado de amistad, que he cruzado incesantemente en mi condición de discípulo que busca materializar la visión de sus predecesores, me ha llevado siempre a consolidar vínculos con la Universidad de Pekín. En el año 1984, esa noble institución me otorgó el título de Profesor Honoris Causa, y fue el primer establecimiento educativo chino de nivel superior en hacerme entrega de tal distinción.

El profesor Ji Xianlin, quien había sido vicepresidente de la universidad, hizo posible este evento. El profesor Ji es un gran especialista en los clásicos chinos, un renombrado lingüista, y una eminencia en estudios indios y budistas. Me enteré después que su alumno, el profesor Jiang Zhongxin, es un investigador de los manuscritos del Sutra del loto. Los tres colaboramos en un diálogo publicado bajo el título Diálogo sobre la sabiduría oriental [traducción tentativa].

La lealtad eleva la amistad al más alto nivel de expresión. En 1990, un año después de las protestas en la plaza Tiananmen, decidí visitar la China con una delegación de trescientos miembros de la Soka Gakkai; el país aún era blanco de las críticas internacionales. En esa oportunidad, efectué mi tercera disertación en la Universidad de Pekín. Mi primera presentación (1980) fue titulada «Una civilización atea»; la segunda (1984), «El camino real hacia la paz: Una observación personal» y la tercera se tituló «Una cuestión del corazón». En ella recalqué que «las naves del Estado y el comercio» estarían a salvo sólo cuando fuesen mecidas por el «mar del pueblo»; y que los lazos de afecto entre los pueblos eran invisibles, pero «fuertes, universales y perdurables».

No importa qué clase de tormentas se generen en los ámbitos de la política y la economía, mientras existan lazos humanos que unan a los pueblos, prevalecerá siempre la corriente de conciliación y armonía. El intercambio entre jóvenes y estudiantes es especialmente importante, y las universidades tienen un papel crucial en el mantenimiento de esta corriente.[2]

A la fecha, más de treinta docentes de la Universidad de Pekín han enseñado en la Universidad Soka como profesores visitantes. Inclusive hay algunos profesores que han seguido los pasos de sus padres y son la segunda generación de participantes en los programas de intercambio. Frecuentemente, disfruto de reencuentros con ex alumnos de la Universidad de Pekín que han asistido a mis conferencias o a la ceremonia de donación de libros. De la Universidad Soka, cerca de cien jóvenes han ido a la Universidad de Pekín para participar en programas de intercambio, y están comenzando a estudiar allí también los primeros becarios de la Universidad Soka de los Estados Unidos (SUA).

En el año 2001 tuve el inmenso honor de ver formada la Sociedad de Estudios Daisaku Ikeda en la Universidad de Pekín (presidida por Jia Huixuan). Este fue una suerte de “catalizador”, ya que en la actualidad existen trece centros en Asia dedicados al estudio de la filosofía Soka.

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En mi primera visita a la Universidad de Pekín, un soleado día de junio de 1974, fui agasajado en la histórica Sala de Recepciones Lin Hu Xuan a orillas del lago Weiming. La colección fotográfica que la universidad me obsequió en aquella oportunidad decía: «¡Que la amistad entre la China y el Japón duren por siempre!». Han transcurrido más de tres décadas. En marzo de este año (2006), fue inaugurada la oficina de Pekín, de la Universidad Soka, cerca del campus de la Universidad de Pekín.

Ante la presencia de cien invitados de cuarenta y cuatro universidades y centros de estudios superiores de la China, el profesor Wang Xuezhen, de la Universidad de Pekín, quien fue nombrado director honorario de la oficina de la Universidad Soka de Pekín, afirmó con orgullo: «La Soka fue la primera universidad en establecer un programa de intercambio estudiantil con la Universidad de Pekín». Un gran caudal de paz y amistad proveniente de la Universidad de Pekín avanza vigorosamente hacia un futuro brillante y prometedor, en el cual los jóvenes de Asia y del mundo entero podrán vivir y crecer en armonía.

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