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El camino hacia un siglo de paz

[Entrevista a Daisaku Ikeda realizada por el Seikyo Shimbun, diario de la Soka Gakkai. Publicada en tres partes los días 25, 26 y 28 de diciembre de 2001.]

Primera parte (25 de diciembre de 2001)

Reflexiones sobre el mundo y el Japón en el siglo XXI

Seikyo Shimbun (SS): Comencemos refiriéndonos a los ataques terroristas contra los Estados Unidos, que sacudieron al mundo apenas iniciado el siglo XXI. Algunos afirman que el choque entre civilizaciones y la hostilidad entre una religión y otra fue lo que llevó finalmente a que se produjeran los atentados. ¿Qué piensa usted sobre las cuestiones que se relacionan con estos hechos?

Daisaku Ikeda (DI): El terrorismo destruye el derecho de los seres humanos a vivir en paz. No importan los motivos o causas que puedan provocar actos terroristas, no hay excusa o justificación posible para esos hechos aberrantes. Desde el punto de vista del budismo, que proclama la dignidad suprema de la vida, el terrorismo implica el mal absoluto.

Sin embargo, sería un error llegar a la conclusión simplista de que los ataques recientes fueron el resultado de un conflicto entre religiones o civilizaciones, pues pensar de ese modo solo propiciaría nuevos hechos de trágicas consecuencias. Incluso si quienes cometen atentados son extremistas pertenecientes a una u otra filiación islámica, eso no debe de ningún modo despertar prejuicios o sentimientos negativos hacia los musulmanes y sus comunidades.

El mundo islámico, que integran entre mil cien o mil doscientos millones de personas, es extremadamente diverso, y la mayoría de sus creyentes anhela la paz. Se trata de una cultura con una ilustre tradición intelectual. El doctor Majid Tehranian, nativo de Irán y director del Instituto Toda de Investigación sobre la Paz Global, fundado por mí, es un ejemplo de esa tradición. Una de las cosas que destacamos durante un diálogo que mantuvimos y fue posteriormente publicado, fue que la historia abunda en casos de gente de diferentes credos, incluso musulmanes y cristianos, que convivieron pacíficamente como vecinos.

Tal como sucedió con los recientes atentados, la mayor parte de los conflictos entre religiones se pueden atribuir a la explotación que se hace de la religión con fines políticos. Las personas deben comprender la verdad de este hecho y unirse en un esfuerzo supremo para hacer surgir la sabiduría colectiva de toda la raza humana y lograr la solución fundamental y definitiva de esta cuestión.

El primer año del siglo XXI, el 2001, fue designado Año de las Naciones Unidas del Diálogo entre Civilizaciones. Si el terrorismo sigue provocando el enfrentamiento entre culturas, la oscuridad se cernirá sobre todas las sociedades, sobre el mundo entero. Ahora, cuando ya es toda la humanidad la que está en prueba ante los actos de terror, es imprescindible que nos dediquemos desde este mismo momento a promover enérgicamente el diálogo en todos los niveles de la sociedad.

SS: Ya que últimamente se está prestando mucha atención a las creencias religiosas, ¿cuál sería, a su criterio, el propósito primordial de la religión en el siglo XXI?

DI: La religión debe ser el medio por el cual renazca y florezca la espiritualidad humana. Debe actuar como la fuerza impulsora que facilite la paz y la armonía en la sociedad, y del mismo modo, la felicidad de cada individuo. Para lograr ese cometido, debemos volver a utilizar el poder del diálogo; ese es, en mi opinión, el reto más grandioso que deberá enfrentar la religión en el siglo que se inicia. Los más destacados pensadores del orbe coinciden absolutamente en este punto.

Hace diez años, tuve el privilegio de dialogar con el doctor Elie Wiesel, uno de los primeros escritores en desvelar la horrenda verdad del Holocausto. Él estaba convencido de que la religión del mundo actual tenía que centrarse en la humanidad y servir como medio para procurar el bienestar de todos los seres humanos.

No obstante, la terrible verdad es que, en nombre de la religión, se ha sacrificado un número incalculable de vidas, sin pausa, a lo largo de la historia. Y el siglo XX no fue ninguna excepción. Ahora, que ya hemos ingresado en el siglo XXI, tenemos que hacer todo lo que esté a nuestro alcance para no repetir esa experiencia perniciosa, que no es sino la más flagrante antítesis de lo que la fe religiosa debe ser. Por ello, hace ya largo tiempo que vengo clamando por que la religión vuelva a ponerse al servicio de la humanidad.

Se puede clasificar la religión en dos categorías: una, la que aletarga e insensibiliza a la gente; otra, la que despierta su plena conciencia. El camino que debe transitar la religión en la nueva centuria es muy claro. Estoy convencido de que hay que analizarla desde una perspectiva diferente y categorizarla de acuerdo con sus contribuciones a la humanidad, en lugar de rotularla con nombres diversos, como budismo, cristianismo o islamismo.

Tal como lo destaqué en mi alocución en la Universidad de Harvard ("El budismo Mahayana y la civilización del siglo XXI", setiembre de 1993), hay que estudiar cada escuela religiosa para determinar si fortalece o debilita a sus adherentes. ¿Los conduce hacia la virtud o hacia la vileza? ¿Les permite desplegar su sabiduría o, por el contrario, los deja a merced de la insensatez?

La razón por la que pongo tanto énfasis en la importancia de la educación y del diálogo es que ambos actúan como dos ruedas sobre un mismo eje; los dos tienen una función crítica en la tarea de asegurar que la fe no se descontrole y se convierta en una forma de fanatismo intransigente, con pretensiones de superioridad moral sobre todo lo demás.

Los grupos religiosos solo podrán subsistir si se esmeran seriamente en formar personas decididas a contribuir al progreso de la sociedad. Nuestra época exige que gente de todos los credos invierta la totalidad de su sabiduría y esfuerzo en resolver las cuestiones globales que debemos enfrentar hoy por hoy. Por eso, la Soka Gakkai Internacional (SGI) promueve el diálogo entre religiones a través de un sinfín de vías. La tarea más importante que deben emprender las religiones actuales es la de establecer sus cimientos en el diálogo, de modo que puedan competir y cooperar entre ellas para ennoblecer la condición humana y crear un mundo de paz para todos.

SS: ¿Cuál ha sido la función social que ha desempeñado la Soka Gakkai desde sus inicios? ¿Cuáles serán los objetivos primordiales de sus actividades en el siglo XXI?

DI: La Soka Gakkai, que en un comienzo fue vituperada y menospreciada como un grupo de pobres y enfermos, ha luchado para aliviar el sufrimiento de miles y miles de personas; quienes la integramos venimos esforzándonos juntos para consolidar una existencia de felicidad y de victoria. Ese es nuestro mayor motivo de orgullo y de alegría. La Soka Gakkai también representa una plataforma de expresión para las personas comunes, cuyas voces han sido acalladas por los que están en la cima de los poderes político y religioso, y que, por primera vez, pueden hacerse oír. La Soka Gakkai, a mi modo de ver, ha desencadenado una marea de fuerza incontenible que nunca antes se había experimentado en los anales de la religión japonesa, y que cambió el curso de la historia.

Puesto que la organización ha empoderado a la ciudadanía común, y ha creado una imponente fuerza de paz, no se puede ignorar su influencia. La historia de las religiones japonesas repite invariablemente el cuadro de fieles que se someten obedientemente a los caprichos del poder político. Ese es un triste legado que la Soka Gakkai ha venido revirtiendo a lo largo de los años.

Nuestros miembros se esfuerzan asiduamente y realizan numerosas actividades. Gracias a ello, la Soka Gakkai se yergue sobre el más firme de los cimientos. Creo que, al ingresar en el siglo XXI, hemos logrado alcanzar la mayor parte de los objetivos que se trazaron los dos primeros presidentes de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi y Josei Toda. Sin embargo, ante la escala colosal del budismo, cuya propagación en el Último Día de la Ley se extenderá por diez mil años y más, debo decir que solo hemos dado los primeros pasos de una jornada de características épicas.

El doctor Arnold Toynbee fue un historiador de profunda agudeza, que comprendió que la historia nacía de los sutiles movimientos que se generaban por debajo de la superficie. Él se sintió atraído por la religión, porque creyó que esta poseía la capacidad de propiciar una coexistencia pacífica y próspera de todos los seres humanos.

No podemos permitir que nos distraigan los trastornos que constantemente sacuden el mundo de la política, la economía o la ciencia; tampoco, que nos dominen la alegría o el pesar. Nuestra mirada debe ir mucho más allá, hacia la eternidad de la vida; desde un majestuoso puesto de observación, tenemos que adentrarnos uno o dos milenios en el futuro. He ahí la noble senda que la Soka Gakkai y la SGI deben transitar en los años venideros. Nuestra primera tarea en la Soka Gakkai, por ende, es determinar cuánto podremos contribuir al desarrollo y florecimiento de la paz, la cultura y la educación alrededor del mundo.

SS: Ahora bien, respecto de otro tema, ¿cómo considera usted el vínculo entre la religión y la política?

DI: La religión busca que las personas sean felices y que el mundo prospere y viva en paz. Cuando un sistema político se sume en la corrupción, y la gente en consecuencia comienza a sufrir, las protestas contra dicha corrupción son a la vez la consecuencia lógica y una cuestión de principios para la gente de fe. Como dijo el poeta Walt Whitman, en el núcleo de toda democracia, existe un elemento religioso.

Quienes se involucran en actividades políticas, basados en sus creencias religiosas personales, no están actuando en contra de la Constitución del Japón; de modo que la relación que existe entre la Soka Gakkai y el Partido Nuevo Komei es perfectamente lícita. Una y otra vez se trata el tema de dicha relación en el parlamento, e invariablemente se llega a la conclusión de que esta es constitucional.

Una vez que esa clase de actividades se acepta como válida, el verdadero problema reside en que las personas que critican los vínculos entre la Soka Gakkai y el Partido Nuevo Komei quieren convertir deliberadamente el tema en un problema de asociación entre iglesia y estado, con exclusivos fines políticos. Es realmente ofensivo que esos individuos, movidos únicamente por intereses políticos, exploten temas que afectan directamente los derechos de los miembros del pueblo.

En todo caso, lo único imprescindible es que sigamos ejerciendo una estricta vigilancia sobre la política japonesa, desde nuestra tribuna de ciudadanos comunes.

SS: La Soka Gakkai ha apoyado continuamente al Nuevo Komei desde la fundación de este último. ¿Qué es lo que se espera del partido en el futuro?

DI: Si bien los tiempos han cambiado, quisiera que el Partido Nuevo Komei permaneciera fiel a sus principios fundacionales de ponerse al servicio de las necesidades de la gente común. Aunque el partido aboga por una política que se basa en principios humanitarios, y sus miembros tienen como prioridad la vida humana y el bienestar de la sociedad, ansío el momento en que el Nuevo Komei se haga cargo de resolver una mayor cantidad de necesidades sociales, como un partido político realmente representativo de todos los japoneses.

También espero que el partido adopte una visión más amplia, que le permita entender que el Japón es tan solo de una nación en medio de una comunidad de naciones. Digo esto, porque muchos, dentro y fuera del país, sienten una genuina preocupación por las tendencias derechistas que existen en la nación japonesa.

En todo caso, dado el estado en que se encuentra el mundo luego de la Guerra Fría, el Partido Nuevo Komei, sin dudas, será puesto a prueba cuando intente navegar por las turbulentas aguas de la época. Los principios del partido y su política serán examinados bajo la lupa, con mayor detenimiento que nunca antes. Aun así, siempre que los legisladores del Nuevo Komei sigan encarando cada cuestión desde el punto de vista del pueblo y se muestren responsables en sus opciones políticas, se encaminarán sin falta en la dirección correcta.

Lamentablemente, cada vez que expreso mi opinión sobre la situación actual, quienes me critican me acusan de mezclar política con religión. Entonces, espero que mis comentarios se tomen simplemente como las expresiones del fundador del partido.

Espero de verdad que el Nuevo Komei cumpla un destacado papel en la labor de asegurar un futuro brillante para Japón y para el resto del mundo.

SS: Se presume que las "reformas estructurales" que ha implementado el gabinete del primer ministro Koizumi dejarán una dolorosa cuota de afectados, aumentarán el índice de desempleo e irán restringiendo los beneficios sociales. ¿Cuáles son los aspectos negativos de las reformas emprendidas?

Ikeda: Es necesario admitir que en algunos casos, las reformas implican trastornos; pero es el deber de los políticos instaurar medidas sociales que permitan al pueblo recuperarse de sus apuros. Lo dijo hace tiempo el economista Lester Thurow: debemos construir una sociedad en que aquellos que sufren un traspié tengan una nueva oportunidad de salir adelante.

Tenemos que hacer extensiva la seguridad social para que abarque a los más pobres y necesitados. Las reformas dejan de tener sentido si se sacrifica a los ciudadanos para lograrlas.

Además, lo justo es que los políticos que impulsan reformas sean los primeros, antes que nadie, en someterse a sus rigores. Hace mucho tiempo que los japoneses esperamos el advenimiento de un verdadero estadista, de alguien que preste atención a los reclamos angustiados del pueblo y se dedique completamente al bienestar de la ciudadanía.

Es necesario revaluar y reducir las prerrogativas y privilegios de que gozan los políticos; cercenar de raíz la corrupción y subsanar las consecuencias del mal desempeño de los servidores públicos. Siguiendo el ejemplo de Yozan Uesugi y de Moku Onda, ambos del período Edo, aquellos a quienes les encomendamos la conducción del país deben ser los primeros en cargar con el peso de sus propias reformas.

Si no lo hacen, el pueblo simplemente no lo tolerará. El resultado de las reformas impulsadas por el primer ministro Koizumi depende enteramente de este punto.


Segunda parte (26 de diciembre de 2001)

La tarea de la religión es promover el diálogo e inspirar nuevamente a la humanidad

Seikyo Shimbun (SS): ¿Cuál es, según su opinión, la cuestión más problemática que deberá enfrentar el Japón en este momento del nuevo siglo?

Daisaku Ikeda (DI): Son muchas las cuestiones que lo pondrán a prueba; sin embargo creo que todo se reduce a una falta de visión de las cosas. Al contrario de las personas que, sin un sentido de propósito transcurren su existencia como maderos que flotan a la deriva en el mar, la sociedad requiere una vocación muy definida y elevada para funcionar de manera óptima. Estamos desorientados y no sabemos hacia dónde debemos dirigirnos, por qué y para qué luchar; y eso, naturalmente, nos sume en una confusión cada vez más mayor.

Entonces, ¿dónde podemos encontrar una "perspectiva"? Solamente en la filosofía.

Si bien es importante investigar y analizar las razones de nuestras dificultades actuales, es justamente ahora, que estamos sumidos en un atolladero, cuando debemos regresar a los principios fundamentales y reflexionar nuevamente sobre qué significa la condición humana y qué clase de sociedad queremos para nosotros.

El Japón aún dispone de grandes recursos humanos y económicos; le hace falta únicamente una filosofía sobre la que basarse. Sin eso, nuestra sociedad se encamina irremediablemente hacia un estado de conformidad masiva. En esa condición, los individuos simplemente quedan a merced de los dictados del momento, a la deriva de las circunstancias. Así la "refrescante energía" que transforma la historia se pierde sin remedio.

Cuando eso sucede, corremos el riesgo de caer en un estado de apatía social, de avivar el fascismo en el ámbito político, suprimir la individualidad en la educación y vaciar de contenido toda la cultura.

Creo que en el siglo XXI, Japón tiene que luchar para llegar a ser una nación basada en los principios del humanitarismo, una filosofía que otorga la mayor preponderancia a las personas. El primer presidente de la Soka Gakkai, Tsunesaburo Makiguchi, ya había anticipado ese concepto claramente hace un siglo, en su obra Geografía de la vida humana, escrita en 1903. Él predijo que la rivalidad entre naciones debida a intereses militares, políticos y económicos cedería el lugar a una competencia humanística, que se convertiría en el movimiento definitorio de nuestros tiempos.

Ese es, sin duda, el camino que debe transitar el Japón. Una vez que hayamos elegido seguir esa dirección, podremos percibir claramente el sentido de la vida y comprender la clase de sociedad que debemos construir, a medida que iniciamos la marcha, de a un paso a la vez.

SS: El Japón se cuenta entre las naciones que disfruta de mayor prosperidad material del mundo. Así y todo, muchos japoneses se sienten vacíos espiritualmente. ¿Cuál es la razón?

DI: Sospecho que una de las causas fundamentales es nuestra tendencia a compararnos con los demás en todo lo que hacemos.

Se afirma que cada vez más japoneses se tornan "egoístas" y "centrados en sí mismos". Cuando eso sucede, la gente se vuelve vulnerable a la influencia de los demás y al imperativo de las últimas modas.

Creo que fue Rousseau, en su novela Emilio, quien advirtió que no debíamos compararnos con otros, sino establecer una comparación entre nuestra condición del presente y la del pasado. Sabias palabras, por cierto.

La codicia humana es insaciable. Si uno vive obsesionado con los bienes materiales que otro posee, jamás podrá sentirse satisfecho. A menos que cultivemos nuestro propio interior, no podremos disfrutar de todas las cosas hermosas que ofrece la vida. Los japoneses siempre se han mostrado particularmente susceptibles al comportamiento en grupo, generalmente caracterizado por una especie de conformidad instintiva. La gente joven, sobre todo, tiende a desanimarse cuando se compara con sus pares.

Quisiera, entonces, transmitir este mensaje de aliento a nuestros jóvenes, en cuyas manos yace el destino del siglo XXI: Ustedes nacieron en este mundo con una misión que únicamente ustedes pueden cumplir; están aquí para vivir una existencia que solo ustedes pueden colmar de plenitud.

SS: Debido a la disminución de la tasa de natalidad, el mayor índice de población añosa y la recesión económica, la incertidumbre de los japoneses respecto del futuro va en aumento. ¿Dónde podría la gente encontrar algo de esperanza?

DI: Como dije antes, la nación nipona posee aún recursos formidables y vastas reservas de vitalidad que todavía no sabe aprovechar. Después de todo, los japoneses solo tendrían que recordar los primeros años posteriores a la guerra, cuando no tenían prácticamente nada, para comprender cuán afortunados son hoy en día.

Es cierto que hay más desempleo, y que existen además otros motivos de preocupación. Pero aun así, una actitud pesimista jamás podrá resolver nuestras dificultades. Según Emile Alain, un filósofo que admiro personalmente, el pesimismo es el resultado del estado de ánimo, mientras que el optimismo es producto de la voluntad. No puedo dejar de pensar que ese debilitamiento de la voluntad, entonces, es el que complica aún más las cosas.

Por añadidura, hay algo que me aflige sobremanera y es la desaparición de los lazos que unen a los japoneses con sus semejantes. Incluso en una sociedad afligida por el problema de la disminución de nacimientos y del creciente número de ancianos, tendría que haber personas que se conocieran entre sí dispuestas a dar unos minutos de su tiempo para intercambiar palabras amables, capaces de ofrecer un consejo en momentos de adversidad. Esa clase de relaciones le otorgan mucho sentido a nuestra existencia.

Gracias a los lazos que nos unen, podemos brindarnos aliento mutuo. Pero, lamentablemente, las relaciones que nos conectaban unos con otros están desapareciendo, debido especialmente al severo deterioro dentro de la familia y de la comunidad.

Solamente podemos obtener apoyo de nuestros semejantes. La fuente de la "fortaleza para vivir" que posee la humanidad surge de los lazos que creamos cuando alentamos e incentivamos a quienes nos rodean.

Los miembros de la Soka Gakkai están llevando a cabo esa labor sin siquiera ser conscientes de ello. Están embarcados en un proceso de restauración de incalculable valor. Y en todo el mundo, personas dotadas de profunda penetración y corazón sincero tienen plena conciencia de que la Soka Gakkai es un puerto seguro y un faro de esperanza para la humanidad, cuyas contribuciones al bienestar de la sociedad toda son inmensurables.

Nos apresuramos a acudir al lado de quienes están sufriendo, para compartir su aflicción y para brindarnos mutuo aliento en nuestra lucha en común. Ese anhelo incansable de ayudar a los demás, a través del que manifestamos nuestra humanidad, es lo que impulsa el movimiento que denominamos "revolución humana".

Después del Gran Terremoto de Hanshin en Kobe, en 1995, los jóvenes de la Soka Gakkai acudieron de inmediato por decisión propia a prestar ayuda y a entregar elementos imprescindibles para los afectados; además, participaron de diversos programas de asistencia a las víctimas del terremoto. Del mismo modo, en zonas afectadas por sismos, inundaciones, y otros desastres naturales, en cualquier lugar del mundo, incluso la India y Taiwán, o Perú, Colombia y El Salvador, en América Latina, los miembros de la División de Jóvenes de la SGI han acudido sin demora a las zonas de desastre y han realizado toda clase de actividades de asistencia a las víctimas.

Las dedicadas acciones de esos jóvenes brindan una nueva luz a nuestra sociedad y renuevan la esperanza de un futuro mejor para todos. He depositado mis mayores expectativas en la firme visión que todos ellos comparten respecto de la paz y la humanidad, y espero que dicha visión se fortalezca y se amplíe cada vez más. Les pido a todos que, juntos, les brindemos el mayor respaldo en esta noble labor.

SS: Usted mencionó antes que el Japón tenía que convertirse en "una nación basada en los principios del humanitarismo". ¿Cuál es el factor más importante para lograrlo?

DI: La educación. Todo converge en la educación.

El Japón transcurrió los años previos a la guerra disfrutando de su poderío militar; posteriormente, vanagloriándose de su solidez económica. A partir de ahora, sin embargo, tenemos que enorgullecernos de nuestra lucha por establecer la educación y la cultura, y construir una sociedad cuyo interés primordial, antes que ninguna otra cosa, sean las personas. Es necesario para ello liberarnos de la concepción anacrónica de que la razón de ser de la educación es servir al estado, y que comprendamos claramente que el estado y la sociedad existen para procurar la felicidad de los niños.

Esa debería ser también la base de la política. Tal como sostiene André Maurois, el objetivo de la política debería ser salvar a las madres y a sus hijos. Todo lo que se hace debe estar dirigido a lograr el bienestar de la gente, en especial, el de las madres y sus pequeños. Por esa razón, siempre he destacado que la sociedad tiene el deber de satisfacer todas las necesidades de la educación.

Los dos primeros presidentes de la Soka Gakkai fueron educadores, y en lo que a mí respecta, siempre tuve la convicción de que la labor educativa era la gran tarea de mi vida. Porque la educación es la piedra angular sobre la que se sustenta cualquier empresa humana, desde la felicidad individual y el progreso social, hasta el establecimiento de la paz del mundo.

Actualmente estoy manteniendo un diálogo con el rector de la Universidad Estatal de Moscú, Victor A. Sadovnichy, que hemos titulado "Reflexiones sobre la educación en el siglo XXI: La misión de la universidad" [título tentativo]. En nuestras pláticas, ambos coincidimos en que revitalizar una educación que permita aflorar el potencial ilimitado que poseen los seres humanos es el desafío más grande que debe enfrentar la sociedad actual. Académicos y pensadores de todos los confines, con quienes he tenido la oportunidad de dialogar a lo largo de los años, siempre han coincidido en este punto.

SS: En cuanto a la política que rige la cultura en el Japón, se habla mucho acerca de redescubrir los méritos de la cultura tradicional. ¿Cuál es su opinión al respecto?

DI: Lamentablemente, he podido comprobar en cada una de mis visitas a Europa, que muy pocas naciones, entre aquellas que se consideran desarrolladas, demuestran una actitud tan displicente e insensible hacia su pasado cultural como la que exhibe el Japón.

Así como somos criaturas inextricablemente unidas al ámbito natural, también somos inseparables de nuestro "entorno cultural" y de sus raíces tradicionales. Debemos considerar con toda seriedad ese punto. La indefinida sensación de ahogo que atenaza a la sociedad japonesa de hoy indica que su trayecto hacia la modernización, logrado a expensas de descartar sobre la marcha la cultura tradicional, ha llegado a su límite.

Lo que eso significa en términos de política cultural es que, si bien es indiscutible que factores modernos, como el revolucionario desarrollo de la tecnología de la información, son cruciales, es igualmente vital considerarlos desde la perspectiva de la relación entre los seres humanos y su cultura.

SS: Los casos de soborno y los escándalos protagonizados por políticos son muy frecuentes ahora, y la desconfianza del público en la política parece acentuarse cada vez más. ¿Cuáles son las cualidades que debe poseer un político para cumplir acabadamente con su deber?

DI: Si tomamos en cuenta los últimos años, comprobaremos que hubo en el Japón innumerables casos de corrupción y de irresponsabilidad en las más altas esferas políticas, pero también, en la administración pública, las empresas y otras áreas. El sentido de la probidad, tan vital para la formación de la personalidad humana, parece haber desaparecido, y considero que eso es motivo de gran preocupación.

Mientras subsista ese deplorable estado de cosas entre los adultos, cualquier debate que los mayores hagan sobre el tema de la educación infantil estará sustentado en bases demasiado frágiles y vulnerables.

Estamos ingresando a pasos agigantados en una era de globalización. A la larga, el factor decisivo, tanto dentro de la política como en la diplomacia internacional, serán las personas dotadas de carácter firme y de buen juicio para determinar quién logra sus objetivos y quién no. Lamentablemente, la opinión generalizada es que hoy escasean los políticos capaces de demostrar verdadero carácter e integridad.

Según una anécdota, después de la guerra, el general Douglas MacArthur preguntó al primer ministro Shigeru Yoshida por qué los líderes japoneses de la era Showa parecían tan insignificantes comparados con sus predecesores de la era Meiji y tan distintos, como si vivieran en países diferentes. El primer ministro Yoshida, a su vez, transmitió la inquietud a varios intelectuales. Estos contestaron que los políticos de la era Showa no habían leído los clásicos de la literatura japonesa.

Cuando uno aprecia de tal modo la buena literatura, que la siente fluir por sus venas, logra naturalmente que esta se manifieste de manera sutil en sus palabras y acciones. La esencia del refinamiento no está en dominar cuestiones superficiales; depende de si los principios políticos que uno sustenta están o no basados en una profunda filosofía.

He podido comprobarlo claramente en mis encuentros con los líderes y los pensadores más destacados del mundo, todos ellos personas que se distinguen además por los elevados principios filosóficos en que se basan y por su brillante personalidad.

Decimos que la sociedad japonesa se está tornando cada vez más internacional; pero me pregunto si el hecho de ser competente en el dominio de una lengua extranjera basta para calificar a un primer ministro o a un ministro como un auténtico líder de la era de la globalización. Creo que no.

Es mucho más importante que uno posea esa clase de discernimiento y de visión que los demás puedan comprender y aceptar fácilmente, cualquiera sea el lugar en que uno se encuentre. La mentalidad pueblerina de los funcionarios del Japón sencillamente no es suficiente.

Más aun, la gran literatura nos brinda la capacidad de articular correctamente todo tipo de cuestiones y de explicar su importancia. Sin embargo, hoy son realmente muy pocos los políticos dispuestos a debatir algún tema con el público en general.

Al ser Japón una democracia, sus ciudadanos tienen el derecho de que se les oriente acerca de los asuntos de estado, de modo que puedan dar su consentimiento a distintas cuestiones. Tal vez sea esa la falla principal de la política japonesa: la mala voluntad y la incapacidad de los políticos para explicar temas que hacen al interés de los ciudadanos, y su falta de responsabilidad.


Tercera parte (28 de diciembre de 2001)

Una poderosa corriente hacia la paz sustentada en la ONU

Seikyo Shimbun (SS): Ante sucesos tan serios como los ataques terroristas contra los Estados Unidos o el peligro de estancamiento que enfrenta el proceso de paz de Medio Oriente, parecería que el mundo se está precipitando hacia más conflictos y divisiones. ¿Qué podemos hacer para impedir que las guerras y la violencia que signaron el trágico siglo XX se vuelvan a repetir?

Daisaku Ikeda (DI): Dialogar y seguir dialogando, incansablemente. La mayor parte de las calamidades que acaecieron en el siglo XX fueron el producto de conflictos suscitados entre naciones por intereses políticos, económicos y de la más variada índole. El siglo XXI, por el contrario, tiene que mostrar un "rostro humano" y transformarse en una era en que la humanidad prevalezca por sobre todo lo demás.

La tarea más crítica que debemos emprender es la de expandir y profundizar la corriente del diálogo, a través de las más diversas vías de comunicación, desde las reuniones cumbre, en las que los líderes de las naciones expresan abiertamente sus profundas inquietudes, hasta la "diplomacia" ejercida por los ciudadanos comunes, que se pone de manifiesto en los encuentros francos y directos que mantenemos con los demás.

Desde la época de los duros enfrentamientos que marcaron la Guerra Fría, me he consagrado a dialogar sin descanso con personas de todos los rincones del mundo. Mi absoluta convicción sobre la eficacia del diálogo fue lo que me impulsó, en mi calidad de ciudadano común, a esforzarme arduamente, a fines de la década del 60 y principios de la del 70, para contribuir al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre la China y el Japón, y abrir nuevas posibilidades de intercambio entre este último y la Unión Soviética.

SS: Seguramente debió usted enfrentar una intensa oposición y duras críticas por haber visitado países socialistas en momentos en que arreciaba la Guerra Fría…

DI: Mucha gente censuró abiertamente mi decisión y recibí innumerables críticas; muchos se preguntaban con sarcasmo por qué debía un budista viajar a un país cuya ideología se mostraba hostil a la religión.

Sin embargo, seguí adelante y di el primer paso. Lo hice así, porque el deseo más ferviente del segundo presidente de la Soka Gakkai, Josei Toda, aquello por lo que siempre había orado, había sido la paz en Asia y el establecimiento de una sociedad global estable. Durante 1968, como su discípulo y sucesor, elegí el 8 de setiembre, la misma fecha en que el señor Toda había realizado su Declaración por la Abolición de las Armas Nucleares, con el fin de hacer pública mi propuesta para la normalización de las relaciones entre la China y el Japón. Luego decidí fijar esa misma fecha para efectuar mi primera visita a la Unión Soviética, en 1974.

Si bien los lazos amigables que Japón mantiene con China y con Rusia han ido prosperando a lo largo de los años, es necesario ahora poner todo el énfasis en los intercambios de buena voluntad entre los ciudadanos comunes de esos países, porque conocerse más y mejor, y consolidar los vínculos recíprocos de confianza puede llegar a ser el mejor factor de disuasión contra cualquier intento de iniciar una guerra.

El recelo y la desconfianza mutuos son los elementos que acechan detrás de toda confrontación o beligerancia. Por ello, es fundamental que las personas vayan abriendo por iniciativa propia tantas vías de diálogo como sea posible.

SS: Usted se ha reunido con notables pensadores internacionales en más de mil quinientas oportunidades, con el propósito de incentivar el diálogo entre las diferentes civilizaciones. Entre tantas personalidades destacadas, ¿quién le ha dejado la impresión más indeleble?

DI: Cada encuentro ha sido singular. Sin embargo, debo admitir que el primer ministro de la China, Zhou Enlai, fue el que más me impresionó. Fue realmente una persona extraordinaria.

Lo conocí en diciembre de 1974, apenas un año antes de su fallecimiento. Estaba hospitalizado en Pekín en ese entonces, y, dado su estado de salud, pensé en un comienzo declinar su ofrecimiento de reunirnos, pues temía que una visita podría llegar a agobiarlo. Pese a ello, finalmente nos encontramos, mayormente, debido a su firme insistencia.

El primer ministro Zhou, un hombre que brillaba por su sentido de la responsabilidad y su profunda misericordia, hizo todo lo que estuvo en sus manos para proteger la vida de millones y millones de connacionales, y para conducir a todos ellos hacia una existencia feliz. Mi encuentro con ese hombre excepcional es un recuerdo imborrable para mí.

Si tuviera que mencionar a otras personas tan prominentes como el político chino, no podría olvidar al ex presidente de Sudáfrica, Nelson Mandela, y al ex presidente soviético, Mijail Gorbachov. De igual manera, debo mencionar al ya fallecido Austregésilo de Athayde, el "paladín de la pluma" y ex presidente de la Academia Brasileña de Letras; el ex presidente de Chile, Patricio Aylwin, que fue quien condujo a su pueblo hacia la democracia; el presidente de Cuba, Fidel Castro… y podría seguir mencionando una lista interminable de personalidades relevantes.

Tal como era de esperar, la convicción inflexible es el rasgo distintivo de los líderes que están dispuestos a arriesgar su propia vida por el bien del pueblo. Y quienes luchan por generar cambios revolucionarios casi siempre se basan en una filosofía profunda, que determina los principios con que se rigen. Esa clase de personas posee ese "algo" fuera de lo común que resplandece desde lo profundo de su vida.

SS: Para establecer realmente la paz, es necesario reforzar el papel de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), además de fomentar el diálogo entre la gente común. ¿Cómo tendría que ser ese organismo internacional en el siglo XXI?

DI: Pese a sus limitaciones internas y a las restricciones que se le imponen desde afuera, en los cincuenta años transcurridos después de la Segunda Guerra Mundial, la ONU ha ido evolucionando hasta adquirir un enorme significado, como un foro de diálogo participativo para la mayoría de las naciones del orbe. Debemos por ello apreciar y respetar esa institución, en aras de preservar nuestro futuro en común.

El principio rector que debe imperar en la ONU durante este siglo es el "poder moderado", centrado en el diálogo y en la cooperación. Toda gestión destinada a impedir el surgimiento de conflictos debe hacer hincapié en el uso de medidas pacíficas y preventivas, en lugar de recurrir a la armas como solución.

Además, la ONU podría adquirir mayor peso y relevancia al congregar a las organizaciones no gubernamentales y otros grupos civiles en un amplio foro popular de base. La SGI siempre ha respaldado firmemente al organismo internacional y está decidida a apoyar sus actividades de todas las maneras posibles en los años venideros.

En lugar de insistir en un puesto permanente dentro del Consejo de Seguridad, el Japón podría prestar un mejor servicio a la ONU contribuyendo con la puesta en marcha de programas de tecnología ambiental o de desarrollo humano, áreas en las que se destaca. Tengo la esperanza de que la nación japonesa juegue un papel fundamental en esa clase de iniciativas y realice aportes verdaderamente significativos a la sociedad.

En lo que respecta a la resolución de conflictos, el gobierno del Japón tiene que esforzarse en el ámbito diplomático para prevenir la guerra y adoptar medidas que morigeren las tensiones e impidan que estas deriven en estallidos de violencia. Esa es la manera en que el Japón estará a la altura del espíritu de la Carta de las Naciones Unidas y de la Constitución del Japón.

SS: En lo que concierne al tema de la paz en Asia, existe la inquietud ante la posibilidad de que la nación nipona haya deteriorado sus lazos con la China y con Corea debido a la controvertida visita del primer ministro al santuario Yasukuni y a la disputa surgida acerca de los libros de texto de historia. ¿Qué política e iniciativas diplomáticas debe adoptar la nación japonesa en el futuro respecto de Asia?

DI: Richard von Weizsäcker, ex presidente de Alemania a quien tuve el privilegio de conocer personalmente, afirmó que quienes cierran los ojos al pasado, solo tienen ojos ciegos para el presente.

A menos que la política exterior del Japón se base en una genuina introspección que le ayude a ver los errores que nuestro país ha cometido en el pasado y a adquirir una comprensión objetiva de la historia, no veo la posibilidad de que este país pueda construir lazos de amistad con otras naciones. La peregrinación al santuario Yasukuni efectuada por funcionarios del gobierno no solo es cuestionable constitucionalmente, sino que implica también una cuestión problemática cuando se analiza el papel del Japón en la comunidad asiática.

La diplomacia no existe si no existe la confianza. Eso es algo que el presidente Toda recalcaba con énfasis. La única manera de que el Japón se encamine hacia la paz es asegurar una relación de confianza y de buena voluntad duradera con China y con Corea, lo que a su vez, redundará inevitablemente en la pacificación del resto de Asia. El deseo de la SGI es contribuir al logro de ese objetivo; por ello, estamos completamente dedicados a impulsar los intercambios educativos y culturales entre los miembros del pueblo.

Creo que 2002 será un año muy auspicioso para los tres países. Entre otros eventos, se conmemorará el trigésimo aniversario de la restauración de los lazos entre las naciones china y japonesa, el establecimiento de la sede compartida entre Corea y Japón para realizar el campeonato por la Copa Mundial de Fútbol, y el décimo aniversario de la normalización de las relaciones entre China y Corea. Este año fue designado también año de intercambios entre los ciudadanos de las tres naciones, lo que representa una espléndida oportunidad para impulsar la paz en el nordeste de Asia. Espero que 2002 brinde a la nación japonesa la oportunidad de renovar su decisión de establecer una amistad eterna con China y con Corea.

SS: Como ya lo dijo usted, 2002 marca el trigésimo aniversario de la reanudación de las relaciones diplomáticas entre la China y el Japón. ¿Cuál es su visión sobre nuestro vecino asiático, ya que fue usted uno de los primeros que se esforzó para lograr el restablecimiento de los lazos bilaterales?

DI: Tal como lo demuestra su ingreso en la Organización Mundial del Comercio, la China está realizando progresos notables. Desde mi primer viaje en 1974, he visitado ese país en numerosas ocasiones y cada vez que lo hago, me sorprendo ante su constante desarrollo.

He tenido la oportunidad de reunirme en dos ocasiones con el hombre a quien muchos señalan como el verdadero artífice de la modernización y liberalización de la política actual de la China, el extinto Deng Xiaoping. La prosperidad económica de la que goza hoy esa nación se funda en los cimientos que él estableció hace muchos años. El gradualismo es una de las mayores fuerzas que posee la China. Sun Yat-sen se oponía abiertamente al recurso de solucionar los problemas de manera radical y expeditiva, convencido de que eso solo podía conducir al caos y a la ruina.

Ahora que ingresamos en el siglo XXI, el papel de la China en el concierto mundial será más importante que nunca. Para mantener la armonía y la estabilidad globales, será imprescindible una profunda y más amplia participación por parte de ese país en las decisiones y en la elaboración de políticas para la comunidad internacional, y su cooperación en gestiones que trasciendan el ámbito estrictamente comercial.

Recientemente hablé con el señor Gorbachov, a quien no había visto durante un tiempo. Él también sintió que la China iba a desempeñar un papel crucial en el mundo. Las naciones de Asia, dijo, debían cooperar mutuamente en diversas áreas, para crear un ámbito que estimulara la confianza recíproca.

SS: Los vínculos entre la China y los Estados Unidos están mejorando actualmente. Ante ese acercamiento, ¿cómo debería el Japón enfocar sus relaciones con cada uno de dichos países?

DI: Existe un rico entramado de interacciones entre la China y el Japón, una brillante historia que se remonta a la época en que aquella introdujo el budismo en la nación japonesa y, en que, a su vez, viajaron enviados nipones a la China, durante la dinastía Tang. Los dos países tienen que superar las tragedias vividas en la guerra pasada y volver su mirada hacia el futuro, mientras luchan denodada y honestamente para establecer la confianza y la buena voluntad entre ambos.

La Universidad Soka fue la primera casa de estudios superiores del Japón de posguerra que recibió estudiantes chinos en programas oficiales de intercambio. Una antigua máxima de ese país afirma que se necesita una década para que un árbol alcance la madurez, y una centuria, para cultivar la condición humana. Si es en verdad ese el tiempo que se requiere para que las personas florezcan plenamente, la forja de jóvenes hombres y mujeres que se encarguen del destino de ambos países será, sin falta, lo que sentará las bases de una amistad bilateral que dure por siempre.

Creo que, para encaminarnos hacia ese futuro, hay que impulsar y respaldar activamente los programas de intercambio juvenil entre nuestras dos naciones, ya que estos cobrarán cada vez mayor importancia con los años.

Mientras tanto, es igualmente necesario reforzar las relaciones entre los Estados Unidos y el Japón, pues se trata de una alianza que garantiza la defensa nacional permanente, dados el desarrollo experimentado por la nación nipona después de la guerra y los valores esenciales que ambos países comparten.

Es mucho más importante que el Japón, en vez de dedicarse a establecer cuál de los dos países conviene más a sus intereses, se preocupe por convertirse en un puente que una la China y los Estados Unidos.

SS: Desde el punto de vista de la paz en el nordeste de Asia, ¿cómo ve usted el futuro de la península coreana y de las relaciones entre Corea del Sur y Japón?

DI: Actualmente estoy manteniendo conversaciones con el doctor Cho Moon-Boo, ex presidente de la Universidad Nacional de Cheju, en Corea del Sur; nuestro diálogo se está publicando en forma de serie en Todai, revista mensual sobre temas educativos. Es la primera vez que se publica un diálogo que mantengo con alguien proveniente de Corea, y tengo la satisfacción de informar que la respuesta de los lectores ha sido absolutamente entusiasta.

Pese a la proximidad geográfica entre las dos naciones, el Japón nunca ha podido establecer una amistad significativa con Corea. Estoy dedicando mis más arduos esfuerzos a nuestro diálogo, con la esperanza de que este brinde la oportunidad de cerrar la brecha que separa nuestros países.

Corea, una nación dueña de un ilustre legado de refinada cultura, ha sido, a su vez, un generoso benefactor cultural para el Japón. El coreano es un pueblo de personas denodadas, que jamás han sucumbido a la adversidad. Aunque han debido sufrir una y otra vez las violentas incursiones de estados vecinos, siempre han triunfado sobre sus invasores.

Y Japón cometió terribles atropellos contra esa comunidad orgullosa y llena de vida. No existe disculpa o acto de contrición que puedan reparar las atrocidades perpetradas por el régimen colonial japonés contra Corea.

Japón siempre ha padecido un sentimiento de inferioridad, ante la China, en el pasado y, actualmente, ante los Estados Unidos. Eso lo impulsa a someter perversamente a otros países. Pero no puede darse el lujo de mantener esa clase de enemistad con todos. Solo cuando aprenda a respetar al pueblo coreano y a conquistar su confianza, podrá considerarse a sí mismo una nación madura, un miembro hecho y derecho de la comunidad de naciones.

En cuanto al futuro de la península coreana, espero que el proceso hacia la paz y la estabilidad, pese a todas las vicisitudes, prosiga su avance. Con el objeto de alentar ese progreso, el Japón tendrá que prestar todo el apoyo y la asistencia que estén a su alcance.

Sean cuales fueren los cambios que aguardan en el futuro, hay algo que jamás cambiará: Corea es y será siempre el vecino más cercano de Japón. Es por ende imperativo que ambos se esfuercen hasta sus propios límites para aprender a respetase mutuamente y a confiar el uno en el otro.

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