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El tratado de prohibición ofrece una oportunidad para un mundo sin armas nucleares (The Japan Times, 6 jun 2017)

[Artículo de opinión de Daisaku Ikeda, publicado en el diario The Japan Times, el 6 de junio de 2017.]

La trascendental segunda ronda de negociaciones con miras a un tratado de prohibición de las armas nucleares comenzará el 15 de junio en la sede de la ONU en Nueva York. Dos tercios de los estados miembros –unos ciento treinta países— asistieron a la primera ronda celebrada a fines de marzo, que propició intensos debates con la activa participación de la sociedad civil.

Las armas nucleares son capaces de devastar el género humano y el ecosistema planetario, y su amenaza, no hace más que agravarse. El objetivo de las próximas deliberaciones es lograr avances sustanciales que reviertan tal situación.

“Nosotros los hibakusha no dudamos de que el tratado puede y podrá cambiar el mundo”. Así lo manifestó un sobreviviente de la bomba atómica en las negociaciones de marzo y sus palabras fueron respaldadas por los interminables aplausos de los participantes que demostraron un amplio apoyo, independientemente de su nacionalidad.

El 22 de mayo, la presidenta de la conferencia de negociaciones publicó el anteproyecto de un acuerdo para la proscripción de las armas nucleares. El documento que contempla las preocupantes y catastróficas consecuencias humanitarias del uso de tales armamentos prohibiría no solamente su empleo, sino también su posesión y desarrollo.

El preámbulo expresa el espíritu que lo motiva: “Conscientes del sufrimiento de las víctimas del uso de las armas nucleares (hibakusha) y de los afectados por los ensayos nucleares...”. Son palabras que reflejan el ferviente anhelo de los hibakusha del orbe entero: que nadie más sufra lo que ellos vivieron, nunca jamás.

El antagonismo nuclear existente es producto de procesos históricos específicos. No es una condición dada e inalterable del orden global.

Efectivamente, más de ciento diez estados optaron por disposiciones de seguridad desligadas de las armas nucleares mediante la creación y la adhesión a las zonas libres de armas nucleares. Entre ellos figuran países que consideraron desarrollar armas nucleares pero luego se abstuvieron.

Debemos afrontar sin rodeos la realidad de las políticas de seguridad que dependen de las armas nucleares: son medidas esencialmente inhumanas que acarrean el riesgo de que se repitan las atrocidades de Hiroshima y Nagasaki en otro lugar.

Lamentablemente, los estados poseedores de armas nucleares y casi todos los demás países que dependen de la disuasión extendida de sus aliados nucleares, incluso Japón, no acudieron a la primera ronda de negociaciones.

Sin embargo, todos por igual, incluidos los estados nucleares y los dependientes, manifestaron su aguda preocupación hacia los catastróficos efectos humanitarios ocasionados por el uso de las armas nucleares. El anteproyecto del tratado expresa esa inquietud colectiva, así como también lo hace el documento final aprobado por consenso en la Conferencia de las Partes de 2010 encargada del Examen del Tratado sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP).

En base a dicha conciencia compartida, todas las partes del TNP se comprometieron a “emprender políticas que sean plenamente compatibles con el Tratado, con el objetivo de lograr un mundo sin armas nucleares”.

Espero sinceramente que las próximas negociaciones estén animadas por ese claro compromiso y que, con el concurso de un número mayor de estados, se concreten las cláusulas de un tratado de prohibición.

En tal contexto, la participación de los países que dependen de la disuasión nuclear, particularmente Japón, que es el único que sufrió ataques nucleares en la guerra, será determinante.

En abril de 2016, durante el encuentro de ministros de relaciones exteriores del Grupo de los Siete celebrado en Hiroshima, Japón y los demás estados nucleares y dependientes del grupo publicaron una declaración conjunta que decía: “Compartimos el profundo deseo de los pueblos de Hiroshima y Nagasaki de que las armas nucleares no sean usadas nunca más”. Japón debería abogar por ese anhelo y participar en las próximas negociaciones.

El deseo de paz de Hiroshima y Nagasaki constituye el ansia de que ningún otro país sea blanco ni causante de un ataque nuclear. Un acuerdo de prohibición de armas nucleares fijaría esa norma universal, y el Japón tiene la misión de hacer todo lo posible para consolidar dicha meta.

Mientras existan arsenales nucleares en nuestro planeta, seguiremos obligados a vivir bajo el peligro de que nuevamente surjan situaciones delicadas como la Crisis de los Misiles en Cuba de 1962.

En 1961, el presidente norteamericano John F. Kennedy pronunció un discurso ante la Asamblea General de las Naciones Unidas en el que aseveró: “[…] preferimos la ley mundial en la era de la libre determinación a la guerra mundial en la era del exterminio masivo”.

El esfuerzo de numerosos estados y representantes de la sociedad civil con el fin de entablar diálogos constructivos destinados a perfilar el tratado dará lugar al tipo de derecho internacional que aspiraba el presidente Kennedy.

Una convención que prohíba las armas nucleares permitirá dar impulso crucial al cumplimiento de las obligaciones de desarme del TNP; la adopción de un acuerdo empujará decisivamente la abolición. Por eso es apremiante consolidar el tratado en el marco de la segunda ronda de negociaciones hasta el 7 de julio.

Espero que ese tratado histórico sea adoptado en una forma que refleje auténticamente la voz de la sociedad civil.

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