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Emerger de la oscura amenaza nuclear (The Japan Times, 14 sep 2006)

[Artículo de Daisaku Ikeda publicado en el diario The Japan Times, el 14 de septiembre de 2006.]

“En ciertos momentos de la historia, se dejaron oír algunas voces preciosas que clamaron por la justicia. Pero hoy, más que nunca antes, esas voces deben alzarse por sobre el fragor de la violencia y del odio”.

Estas son palabras memorables del doctor Joseph Rotblat, quien durante muchos años presidió las Conferencias Pugwash sobre Ciencias y Asuntos Mundiales, una organización global dedicada a la paz y a la abolición de las armas nucleares. Rotblat falleció el año pasado, en agosto, mes que marcó el 60º aniversario del lanzamiento de la bomba nuclear sobre Hiroshima y Nagasaki. Tenía entonces noventa y seis años y, hasta la etapa final de su vida, denunció sistemáticamente el progreso casi nulo del desarme nuclear y la amenaza creciente de la proliferación de armas de destrucción masiva.

El alarmante desarrollo de la tecnología militar ha terminado por desconectar la guerra de la realidad y del sentimiento humano. En un solo instante, se pierden vidas irremplazables, y se destruye el preciado terruño de miles de hombres y mujeres. Todo clamor angustioso de las víctimas y de sus familiares es silenciado o simplemente ignorado. Dentro de este enorme sistema de violencia, sobre cuya cúspide se asientan las armas nucleares, los seres humanos ya no representan una excelsa manifestación de la vida misma. Se ven reducidos a la condición de cosas sin valor.

Ante una circunstancia de gravedad tan extrema, se expande por toda la comunidad internacional un penetrante sentimiento de impotencia y desesperación, que convierte cualquier esperanza de abolición en una quimera inalcanzable.

La paz es una competencia entre la desesperación y la esperanza, entre la imposibilidad y la persistencia sostenida. Si la gente se deja dominar por la impotencia, la propensión a recurrir a la fuerza se hace más poderosa. El sentimiento de indefensión alimenta la violencia.

Pero, así y todo, fueron los seres humanos quienes crearon esos instrumentos demoníacos de aniquilación. Por ende, no puede estar más allá del poder humano la posibilidad de eliminarlos.

Las Conferencias Pugwash, centro de las actividades de Rotblat, se llevaron a cabo por primera vez en 1957, período en que la increíble aceleración de la carrera armamentista llegó a envolver prácticamente el planeta entero. El 8 de setiembre de ese mismo año, mi mentor, Josei Toda, hizo público su llamado a la abolición de las armas nucleares. Aquel día, bajo un cielo límpido y azul como el que surge luego de un tifón, Toda lanzó su proclama ante unos cincuenta mil jóvenes reunidos en Yokohama:

“Hoy ha surgido un movimiento global que exige la prohibición de ensayos con armas atómicas o nucleares. Yo deseo ir más allá; quiero poner al descubierto y arrancar las garras que yacen ocultas en lo más profundo de esa clase de armamento… Incluso si algún país llegara a dominar el mundo mediante el uso de armas nucleares, quienes las hayan empleado deben ser condenados como demonios y espíritus diabólicos”.

Josei Toda se pronunció contra las armas nucleares en términos tan duros y, si se quiere, estentóreos, porque estaba decidido a exponer su naturaleza intrínseca como la forma más absoluta del mal, el que niega y socava el derecho a la vida que posee la humanidad.

Toda lanzó su ardiente clamor sustentado en una sólida filosofía sobre las funciones intrínsecas de la vida; realizó una advertencia contra el egoísmo demoníaco que busca someter a los demás a la propia voluntad, pues vio claramente cuán exacerbada estaba esa tendencia en la avidez de los estados por poseer armas de destrucción masiva.

El principio de que las armas atómicas actúan como elemento disuasivo de la guerra y que, por lo tanto, son un “mal necesario” es la razón principal que se opone a su completa erradicación; es imprescindible desterrar esa idea y eliminarla por completo.

Josei Toda consideraba las armas nucleares el mal absoluto; por eso, pudo trascender cualquier ideología o interés nacional. No existió argumento político alguno capaz de confundirlo al respecto. Hoy, medio siglo después, vuelve a surgir la idea de la disuasión por medio de armas atómicas o de una guerra nuclear “reducida”. Estoy convencido de que el sincero reclamo de Toda, surgido de las dimensiones más recónditas de la vida, cobra actualmente una validez universal más clara que nunca.

Para lograr la completa eliminación de las armas nucleares, es fundamental lograr, a su vez, una transformación del espíritu humano. Después de los bombardeos sobre Hiroshima y Nagasaki, hace ya más de sesenta años, los sobrevivientes de esa tragedia desarrollaron un firme sentido de misión a partir de su horroroso sufrimiento y siguen sosteniendo su reclamo por la abolición nuclear. Los seres humanos que hoy habitamos el planeta tenemos, todos, la responsabilidad, el deber y el derecho de proseguir con esa labor monumental de transformación interior, de expandirla y convertirla en una lucha para eliminar la guerra por completo.

En 1982, en medio de las tensiones cada vez mayores de la Guerra Fría, la Soka Gakkai Internacional (SGI) organizó la exhibición “Armas nucleares: una amenaza para nuestro mundo”, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York. La exhibición recorrió dieciséis países, entre ellos, la Unión Soviética, la China y otros estados con arsenales nucleares, y fue visitada por un millón doscientas mil personas. Los miembros de la SGI también participaron activamente de la campaña “Abolición 2000”. Ese y otros proyectos tuvieron como objetivo incentivar en el corazón de las personas un profundo deseo de paz.

Con el propósito de generar una solidaridad aun mayor entre los ciudadanos comunes, quisiera proponer el establecimiento de un Decenio de las Naciones Unidas de Acción de los Pueblos del Mundo por la Abolición Nuclear. Iniciativas como esta reflejan a la vez que respaldan un nuevo consenso internacional respecto del desarme.

Por cierto, son los jóvenes quienes deberán lidiar con las circunstancias y posibilidades que les presentará el futuro. Sería por ende muy significativo convocar a una reunión de representantes de la juventud de todo el mundo, antes de la Asamblea General de la ONU que se realiza anualmente, para que los líderes de las distintas naciones tuvieran la oportunidad de conocer los puntos de vista de la próxima generación.

Otorgar a los jóvenes ese espacio y la oportunidad de que se integren en la marcha de los acontecimientos como ciudadanos del mundo es un punto crítico en el establecimiento de la paz a largo plazo.

La actitud de manifestarse abiertamente contra la guerra y las armas nucleares no es señal de sentimentalismo ni de autocompasión, sino, por el contrario, la expresión más excelsa de la razón, sustentada en una inquebrantable comprensión de la dignidad de la vida.

Ante la horrenda realidad de la proliferación nuclear, debemos extraer el poder de la esperanza desde lo profundo de la vida de cada individuo. Ese es la única fuerza capaz de transformar cualquier realidad, por más difícil que sea.

Para emerger de la oscura amenaza de las armas nucleares, tenemos que llevar a cabo una revolución en la conciencia de la mayor cantidad posible de personas, una revolución que le permita sentir, a cada uno, la sincera esperanza de que realmente puede hacer algo. Entonces, finalmente, podremos lograr el acercamiento mutuo de los pueblos del mundo y oír una sola voz en común que clama por ponerle fin a esta terrible insania de destrucción y de muerte.

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